galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOCA PRIMAVERA

Esta semana cantó el viento en mi ventana lo que quiso, que este dios de mi Olimpo no se calla ni en primavera. Trajo consigo la lluvia abundante para que la tierra se empape otra vez y en la aldea huela a tierra mojada.

Menos mal que Lino llegó a tiempo con su tropa para echar las patatas mientras Domingo hizo lo propio con las berzas. Las berzas, me explicó, son ahora para las gallinas y el cocho. Antes, los niños de la postguerra las comíamos en el caldo de las abuelas. Una delicia que no tenía precio. Las patatas y las berzas han sido la base alimentaria de la Galicia rural durante casi todo el siglo XX. Junto al cocho y la vaca, se merecen un monumento.

El caso es que unos aprovecharon las vacaciones santas para plantar la nueva cosecha… y los otros para ir de ciclón en borrasca, sufriendo temporales de agua y nieve, alguna tormenta espectacular y un baile de olas con fuerza ocho para que la abnegada gente con piel de salitre se jugase otra vez la vida.

 Todos esperábamos a esta primavera con la esperanza de que el país estrenase un nuevo traje multicolor pero el viento, que vino a velocidad de vértigo, dobló en el valle los tallos de las margaritas y frenó la floración de toxos y xestas en la media ladera, mientras algún árbol se tumbaba, cansado de tanto envite de explosivas ciclogénesis con nombres varios. Dice Manuel…

—- Nin se che ocorra subir o monte con tanto vento… E moi perigoso.

Para reforzar su teoría me cuenta, pobre, lo del niño muerto en el Retiro por la caída de un viejo pinus balepensis, de 35 metros de altura y más de trescientos años de edad.

A mi paso por el camino ancho que sube al monte San Marcos, vi una vez varios eucaliptos en suelo. Si me hubieran caído encima ya no podría contarte estas cosas. Así que prefiero hacerle fotos a las plumas de la oca de José, metida en su jaula de alambre junto a las gallinas ponedoras.

Parecía que el viento calmaba y allá nos fuimos el Dr. Frame y yo a comer un cocido a Cambados. Al Pandemonium de Ángel Botana, que es uno de los restaurantes a los que merece la pena ir a comer porque tiene un toque creativo muy especial, incluso en los platos más tradicionales. No veas lo buena que estaba la cachuchiña envuelta en una esfera de hojas de grelos, sobre una base de crema de patata y todo regado con aceite de chorizo.

Aún no habíamos hecho la digestión cuando volvió el viento a incomodar el regreso, porque justo a la salida de la villa, allá iba un tornado hacia las casas de Castrelo.

La vuelta a Carreira fue una locura a veinte por hora y dando bandazos por la AP-9. Pero peor lo pasaron los afectados por el torbellino, unas diez familias que no olvidarán esta santa semana. 

Al día siguiente la lluvia gélida me hizo su prisionero y solo me permitió asomarme a la ventana para que viese como regaba la aldea. Mi amiga Mucha le llama auganeve porque, a pesar de los seis grados sobre cero de ese momento, habíamos pasado en primavera la noche más fría de este invierno que nació polar y se nacionalizó otra vez siberiano.

—- ¡Eche o que hai…!

Gloria, que había ido por provisiones a Bertamirans, regresó a casa empapada, que llovía de lado. No hay manera de que el sol haga crecer la yerba y las margaritas amarillas regresen a los campos próximos.

Tampoco faltaron en mis vacaciones santas esos cien rayos que traen otros tantos truenos. Llegaron con la noche y después de que una sola raioliña tiñese el luscofusco de color cárdeno; ese con el que los cielos te recuerdan que, tras los nubeiros, siempre vienen los troneiros para romper la calma de las aldeas a las que amenazan con su estrépito.

Pasó cuando volvíamos de Noia,  de Obre, que me tenían reservadas unas ameixas de esas grandes, de las que se comen crudas con limón, como las ostras; verdadero manjar de obispos que solo encontrarás en días señalados, porque las mariscadoras de esta ría lo venden todo en el tiempo que tardas en cruzarla ahora por el puente nuevo.

En Sanxusto, por la carretera vieja de Compostela, ya anochecido, la tormenta metía miedo por detrás de A Guieira. Los rayos bailaban su danza eléctrica y tanto Gloria como yo pensamos que los diaños andaban cerca.

También me había propuesto esta semana buscar la expresividad del paisaje siguiendo las serpenteantes carreteras de montaña para procurar la calma refulgente del país. Te parecerá increíble, pero fueron esta vez los peregrinos quienes me advirtieron que desistiera de mi empeño, porque esta nieve no tenía nada de primaveral y no pasaría de O Cebreiro, la medieval aldea desde la que tu mirada alcanza el Mustallar de Ancares y el Piapaxaro de O Courel.

Ya ves. Esta es aún estación de nieve blanca en los altos y, lo que es peor, transparente en las laderas de hielo por donde los ríos bajan dando saltos y escapando de los grados bajo cero. Sin embargo, pese a llegar a destiempo a esta ruta, la nieve crea paisajes de leyenda cubriendo lugares sin nombre que la sabiduría popular atribuye a mitos del pasado, aún no escritos ni en los viejos ni en los nuevos códices.

Y ayer mismo busqué el mar de la vida, que no hay nada más hermoso y saludable que cubrir a pié el trayecto entre Camelle y el Cabo Vilán, aunque tengas que luchar contra el viento y la marea salvaje de un día gris de esta primavera loca. Esta es mi ruta de costa favorita.

Vas de playa en playa o de punta a punta. Entre ambas te sorprenden montañas de espuma blanca que recubren los más peligrosos acantilados, una y otra vez; y otra vez y una. Como las olas gigantes de estos días llegando con fuerza diez a la playa y abriéndonos un hueco para que conociésemos su interior y mostrásemos su belleza lumínica, que es lo que distingue a este Atlántico, a pesar de todo… bendito.

Las playas y puntas de este litoral comparten nombre y grandeza: Arou, Lobeiras, O Trece, Pedrosa… Este es el mar que brama… ¡Siempre! Aunque la ciclogénesis no explote. Mar de muerte y mar de vida. De él son dueños los percebeiros y los mariñeiros. Y ellos sí que distinguen lo que es realmente un temporal o una borrasca de un huracán. Es gente que los sufre más que nadie…