galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOS ALEGRES PATRIOTISMOS BÉLICOS

Kiev está a punto de caer en manos de Putin; lo exaltarán unos pocos y lo recriminarán muchos más, con todo el mundo como espectador.

Por Manuel Menor Currás

Desde el pasado día 24 de febrero, crecen las voces que preguntan si estamos en Europa y en 2022. A partir del ataque de los militaristas rusos a Ucrania, hemos empezado a oír apelaciones a un pasado que creíamos desaparecido; las supuestas ofensas de la Historia vuelven a la escena que nos brindan las televisiones en directo; las sempiternas acusaciones mutuas entre facciones enemigas por el control de un territorio, supuestamente estratégico, se sustancian en números de muertos, destrozos materiales y frustraciones de muchas vidas que ven que sus planes cotidianos alterados y, en muchos casos, obligados a un exilio incierto.

Novedades “liberadoras”

En la agresión de la Rusia plutocrática a una Ucrania a todas luces inferior en fuerza opositora, vuelven las alusiones imperialistas del dominio zarista, hipernacionalista, proseguido por los líderes soviéticos; impera el estilo hitleriano de la provocación en los Sudetes, y regresa el mismo estilo “liberador”, chulesco y mafioso, de cuando nos peleábamos a pedrea limpia por ver quién mandaba en el barrio: enseguida los más provocadores encontraban razones sobradas para castigar a los más flojos, sin autonomía para defenderse de su brutalidad.

Desde hace una semana, hemos percibido de inmediato que todos pagamos este desastre; la inflación ha iniciado su crecimiento ante nuestros ojos sin que veamos cuando doblegará su agudo reflejo en las estadísticas; el precio de los combustibles tiene la misma inclinación, y los cereales repiten ya esa escalada, al margen de que otros capítulos económicos de la vida cotidiana vayan acusando el golpe. La otra gran novedad es que, mientras los más sensibles empiezan a rascarse el bolsillo para ayudar a quienes están sufriendo el gran desconcierto de sus vidas, la mayoría está pendiente de que la información aclare preguntas urgentes para poner orden en su entendimiento de la normalidad.

También en este capítulo se libra una gran batalla, la misma de siempre acerca de la “verdad” sobre lo que vemos casi minuto a minuto. Al fuego real y al de la amenaza nuclear, se añade esta cosa híbrida y viscosa, más potente ahora que en las Guerras anteriores, de la desinformación calculada; vemos lo que nos dejan ver y oímos lo que quieren que escuchemos. La batalla por el control de la opinión pública, poderosa en todas las guerras del pasado –y especialmente fuerte, en la Guerra Civil española y en la II Guerra Mundial-, ahora es más intensa por las facilidades de comunicación entre quienes están sufriendo en directo la confrontación y quienes nos embebemos en las fotografías y mensajes que nos trasladan los satélites, sin alertas sobre los nodos intermediarios.

Abundan, por otra parte, como cuando la fase más dura de la Covid-19, quienes se erigen en jueces y, bien para evadirse o para hacerse buena conciencia, explican lo que acontece como derivación natural del origen de la humanidad, del ying y el yang siempre juntos como Caín y Abel; inspirados  en  Isaías (14,22; 17,12; 21…) y Jeremías (4, 7), amén de otros pasajes bíblicos, pronto emplearán al Apocalipsis, como precursores milenaristas de lo que, sorpresivamente, está sucediendo o va a suceder. Crecen ya, asimismo, los que enarbolan en las Redes y en la calle todo tipo de emblemas y reclamos de paz. Vuelven de este modo a la escena las manifestaciones, logos, canciones y pancartas de los años sesenta y posteriores, cuando la guerra de Vietnam arreciaba o cuando la del Golfo.

Sin novedad en el frente

Es de advertir, sin embargo, cómo, a tan selectivas memorias, se le escapan bastantes otras guerras posteriores a 1945, algunas con muy directa incidencia en el proceso en que se inscribe esta, y otras conexas indirectamente, aunque con otros actores, desde que el mundo ha empezado a estar mucho más globalizado e intercomunicado desde los años noventa, terminada aquella ferruginosa “Guerra fría”. El comercio, las finanzas, los intereses en litigio en la geopolítica internacional, han ampliado sus estrategias en el tablero de ajedrez mundial en que se ventilan hoy los acontecimientos, donde quienes deciden y mueven los peones son, en definitiva, seres humanos aparentemente sin rostro.

El final de la historia, que pregonaba Fukuyama en 1992, está lejos y está cerca: en buena medida depende de la sensatez que tengamos en este presente. Al margen de los problemas que sacuden al Planeta, de que haya que parar a Putin o de que la UE deba completar su proceso de unidad, quienes quieran afrontar inteligentemente este enorme problema que tenemos delante de los ojos podrán encontrar razones sobradas en Sin novedad en el frente, de Erik M. Remarque, un alegato desengañado de las ventajas patrióticas de la guerra –la 1ª Mundial- que les predicaban los profesores a los jóvenes alumnos que fueron guiados a tan desdichada como inútil confrontación.

Educar en la paz

A continuación, algunos probablemente vuelvan los ojos a una buena educación democrática y democratizadora; quienes lleguen a esta conclusión vuelvan los ojos –y los recursos- hacia lo que María Montessori proclamó, desde 1909, ejercitando en La cassa dei bambini la asociación de acción social y pedagogía con el respeto a los derechos de los niños desde su primera infancia. Educar en la paz y en los valores democráticos –bienvenida esta área al currículo español de Primaria- va más allá de pintar eslóganes románticos; pasa por generar en la escuela un ambiente de orden, armonía y serenidad a todos los niños y niñas; exige formar personalidades pacíficas y cooperativas de profesores y profesoras, dotados de conocimiento y competencias apropiadas. Según Montessori, “establecer la paz es ayudar a los niños a darse cuenta del núcleo de bondad que reside dentro de ellos”; si este sentimiento se despierta, “la gente se volverá más humana y las guerras brutales llegarán a su fin”.

Los 30 artículos de la  Declaración de Derechos Humanos, adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, tan retóricamente aludidos casi siempre, son un prioritario programa a atender en las relaciones internas y externas de los países. En las escuelas, colegios, institutos y universidades, están casi inéditos como práctica preferente; en los muchos paraísos evasivos que existen, se ignoran, igual que en muchas prácticas de éxito mediático; es curioso que, por ejemplo, el gran fútbol haya encontrado acomodo en Qatar, como si fuese un país modélico en estos derechos, y al negocio espectacular de este deporte debieran serle indiferentes.

Cualquier ética ambigua que quiera invocarse para cumplir esos Derechos, o cualquier interpretación de los mismos, será bienvenida si rema para que lo que dice la carta primordial de la ONU sea verdad práctica en la vida ciudadana y en la Justicia Internacional. En caso contrario, las previsiones proféticas y las narraciones de la Ilíada y la Odisea seguirán teniendo abundante repetición; el crecimiento de salvapatrias en estos tiempos, en que las desgracias siguen existiendo, está garantizado.