LOS ÁNGELES TIENEN SEXO
(EN VEZ DE ALAS DISFUNCIONALES TIENEN OVARIOS GLORIOSOS)
Por J. J. García Pena
Debió acontecerme bastante antes de cumplir los cuatro años. ¿Quizás dos bastantes meses antes? Es probable, porque aún no aprendía, de corrido y sin tropiezos, aquella oración maternal y nocturna con mi frente apoyada en el filo de ambas manos emparejadas. Mi primera oración, gozosamente repetida y amorosamente supervisada:
Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día.”
Pero esa noche la fiebre, súbitamente, cortó la hogareña rutina.
La veladora, inquieta como un faro, amplificaba monstruosamente sus rayos, haciéndolos rebotar sobre las vetas del mármol rosado de la mesilla de noche, sobre el vaso a medio llenar, sobre la agigantada aguja de hilván, sobre el enorme plato de porcelana en el cual se ahogaba, en fresca vigilia, un enorme pañuelo-gaviota que esperaba turno para aterrizar en mi frente.
Los ondulantes rayos del faro se posaban, aún trémulos, en las zurcidoras manos insomnes y en los ojos verdes -limón verde- de mi madre.
El vaso, traslúcido y en reposo, se empezaría a desbordar en breve, si continuaba fluyendo agua verde desde el cielo.
—- ¡Mamá, el vaso, el vaso…!
Y mamá dejaba el colosal y bruñido dedal y con una nubecita seca y blanca en esponjoso crecimiento, enjugaba el brillante cielo para que yo no sufriese la inundación inminente.
(¿Sería yo el siguiente hijo que perdería?)
El carretel de madera, gordo de hilo o de sogas, crecía y se elevaba, refulgente, avanzando hacia mí y me aplastaría.
—- ¡Sí, sí!, ¡ya, ya, me aplastaaaa…! ¡Mamá, el carretel, el carretel tiene dos ruedas de molino y vuela…!
Y mamá, ángel de mi guarda, ahuyentaba al pesado carretel con un beso color malvón en la frente que ardía.
“Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles”. (Mario Benedetti)
Muchos años más tarde y dos mares más acá, supe que no solo yo tuve un ángel personal. (Por lo visto los hay por todos lados y son bien visibles, aunque, naturalmente modestos, gustan de camuflarse con el entorno). Así me encontré con que, a diez mil kilómetros de distancia, a Rubén Lena, (“Rubito”), un humilde maestro de escuela uruguayo, le había sucedido otro tanto con el suyo:
¡Los caballos, los caballos, me miran de la pared! ¡Tienen los labios resecos! ¡Mamita, que tienen sed!«
Aprendí que, ataviados con mil atuendos diferentes y hasta sin ellos, los ángeles terrestres multiplican sus consuelos por todos los rincones de este mundo de misóginos. Si sabes reconocerlos y amarlos tras sus trapos cambiantes, te volverás agradecido y tu vida será feliz.
Siglos atrás, mientras su ciudad era invadida, los sabios religiosos de Bizancio no se ponían de acuerdo sobre “qué sexo tendrían los ángeles”, aunque, según aquellos teólogos iluminados, ni cuerpo tenían.
En esas y en otras trascendentales sandeces, (la inmaculada virginidad de una parturienta, por ejemplo) gastaban estas eminencias su tiempo, sin llegar a percibir, ciegos, que los ángeles no solo tienen cálidos y bellos cuerpos, (en cuya recóndita cuna alojan a toda la Humanidad) sino que ¡siempre estuvieron a su lado sin percatarse, necios, de que ya eran la mitad de nuestra especie!
Resuelto queda, pues -mediante la razón y el amor- el bizantino divague: los ángeles tienen sexo, y bien definido, por cierto. No deja de resultar altamente paradójico que sea precisamente un ateo quién reconozca la existencia real de un mito religioso.
—- Solo que, en vez de alas disfuncionales, tienen ovarios gloriosos-, acota, sonriente, el apóstata.
Son sus maravillosos cuerpos -te decía- la carnal y genuina primera cuna que ocupamos. Anterior, incluso, a la matria, esa “referencia indispensable de la nación emocional”, al decir del viejo Plutarco.
Por primera vez en la Historia las mujeres comienzan a ser las dueñas absolutas de sí mismas y, naturalmente, de sus actos. Un día también se negarán a participar y a soportar, a modo de reses campeonas en cualquier feria rural, las cucardas y preseas de los denigrantes concursos de belleza.