galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LUCES ROJAS

Por Alberto Barciela

Los virus y las desescaladas -terapéuticas- se han incorporado a lo cotidiano como una revolución pendiente e imprevista, como un cambio despiadado e impuesto. Afectan a hábitos que han representado el asentamiento de la convivencia pacífica y, por si fuera poco, destruyen la esencia de la economía y con ella debilitan el bienestar general.   

Se han impuesto los datos negativos -afectados, muertos, ERTES, cierre de empresas, etc.- y subyacen amenazas radicales a la libertad -muy señaladamente de la informativa, ahora se ha sumado, desde posiciones teóricamente más centradas, una injustificable intromisión entre poderes-. Y eso no es todo, quedan por saber las secuelas causadas por el mal -enfermedades físicas y psíquicas, deuda, etc.-. Todo ello denota un marco de difícil convivencia política y evidencia, lo que es muy grave, la falta de sentido de Estado. Afrontar con seriedad los graves problemas pendientes resultará pues más complejo si cabe.

Desde hace algún tiempo intuimos que la calidad democrática está fallando. Antes del COVID-19, la globalización, acompañada de sus muchos bienes, ya nos había impuesto sus innumerables males. Las redes se han presentado en el complejo deambular individual y social como una explosión incontrolable. Incorporan posibilidades casi ilimitadas de relación, intercambio, colaboración, conocimientos y comercialización, pero también añaden prisas, ansiedades e irreflexión. Los seres humanos prefieren mirar a un monitor antes que a los ojos del ser querido. Y lo que es terrible a escala mundial: las mafias, los terroristas, los antidemócratas han tejido una telaraña que supone la más grave intromisión en la libertad individual y de los pueblos, con alarmantes y oscuras participaciones en el control de cada ciudadano, de sus haciendas e incluso de los procesos electorales.

Por ende, en el panorama actual permanecen irresueltos temas de enorme relevancia como la contaminación -recuerden el reciente e intenso debate sobre los plásticos y los océanos- o el calentamiento global -incendios forestales, sequía, etc.-, los nacionalismos rupturistas, la corrupción, las minorías, los refugiados, las guerras, el hambre, las drogas, las mafias, las dictaduras, el paro, el pago del bienestar social -incluidas las pensiones-, la acumulación de riquezas en manos de fondos despiadados, el terrorismo, la economía sumergida, el desencuentro intergeneracional, el maltrato, la discriminación racial o por sexo, el conflicto China-EE.UU., el Brexit,… Temas que perviven como amenazas, como viejas pandemias sociopolíticas y económicas, que demandan debate, estrategia, inteligencia, soluciones y acción unívoca.

Por desgracia, el mundo se replica sin que lo ideológico encuentre postulados acertados que contribuyan a la solución de los males. Se necesitan líderes a todas las escalas y pensadores realmente influyentes que aporten nuevas formas de gestionar lo público, con más participación y transparencia. Con todos los matices que se quieran aplicar, los poderes tienden a trufarse entre sí para sostenerse, para condicionar voluntades, para cercenar libertades. Por fortuna, algunas excepciones existen, pero en general tendemos más a modelos como Venezuela que al de los países nórdicos. Pocos son los líderes que leen a los grandes filósofos, sociólogos, medioambientalistas o físicos, y menos los que aplican alguna receta que no esté movida por un interés coyuntural.

La disfunción común le va ganando la partida a la función natural, humana. Los modelos se replican. Lo complejo se impone a lo sencillo y nuestros datos personales, los que figuran en las tarjetas de visita se unen a los de nuestros gustos, tendencias, debilidades y capacidades económicas. La intención es usarlos con eficacia marquetiniana e incluso como extorsión. Somos reos de algunos desalmados cuyos valores morales fluctúan como los valores de la Bolsa y se aproximan a los de Goebbels.

También es muy alarmante que un Gobierno, fuere el que fuere, explote una pandemia para imponer de manera indefinida un control total del Estado, de los elementos que garantizan la democracia y la libertad, y la transparencia en el control de los Presupuestos públicos. La amenaza a la separación de poderes debe entenderse siempre como un afán totalitario e intolerable, venga de quien venga. Necesitamos prevenir esta tendencia, mal endémico y global, con una vacuna democrática eficiente.

Un curioso recordatorio. Monitor, antes de ser incluido en el Diccionario de la RAE como “dispositivo provisto de pantalla que permite visualizar la información, en un equipo informático”, o “persona que guía el aprendizaje de otra”, significaba “subalterno que acompañaba en el foro al orador romano, para recordarle y presentarle los documentos y objetos de que debía servirse en su peroración” y “esclavo que acompañaba a su señor en las calles para recordarle los nombres de las personas a quienes iba encontrando”. Alguien debe ejercer ese papel ahora, lo están desempeñando la prensa, una vez más, y otros estamentos sociales. En el Gobierno de España se han encendido varias luces rojas y no son precisamente las del indicativo de emisión. Lo inteligente sería no matar al mensajero, escuchar  a quien pone el dedo en la herida y rectificar. En juego hay mucho más que ideologías.

A estas alturas, y antes de terminar, es de honor recordar un viejo dicho castizo.

Uno manifiesta:

—- ¡Qué calor hace en verano, que todo lo verde los seca.

A lo que el gitanillo responde:

—- Menos a la Guardia Civil.

A buen entendedor pocas palabras bastan.