galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

“MANADISTAS”, UNA VIEJA FAUNA

Por J. J. García Pena

Hoy, en alas de los nuevos medios tecnológicos de comunicación inmediata,  se ha dado en llamar «manadas» a lo que antaño en el Plata se les conocía como patotas, divertidos y elitistas grupos de jóvenes despreocupados. Engrosando el canallesco menú, últimamente se les sumaron las  democráticas «barras bravas».

Entregados a toda gama  de abusos sexuales, racistas o de vandalismo puro y neto, todos estos cobardes, actuando en jaurías como hienas organizadas, contaron con el miedo ajeno, el grupal pacto de silencio y el anonimato cómplice, para perpetrar sus crímenes y zafar airosos de la tuerta Justicia.

Anticipándose treinta años al término «manada», Manolo Galván, un tipo decente, denunció la hipocresía social en su Hijo de ramera.

Las patotas escondían, generalmente, un desprecio de clase  que se zanjaba, casi siempre, en perjuicio de la menos pudiente, mediante oportunas influencias sociales. (Vulgo padrinos).

En los pocos casos en que ni por esas era posible ocultar su baja acción, el dinero de sus respetables familias ablandaba el alma incorruptible de algún juez de turno.

Hoy sigue sucediendo lo mismo -tiro la piedra y escondo la mano-,  pero la inaudita proliferación de vídeocámaras -públicas o personales-, dejan al descubierto y con el culo al aire sus prácticas aberrantes; para desesperación y desmedro  de las cuentas bancarias de los honrados progenitores de estos alegres jóvenes patoteros, devenidos  -por culpa de la tecnología,  ¡maldita sea!-  en  réprobos miembros de «manadas«. En vulgares «manadistas«.

En estos precisos instantes, febrero de 2020,  todo el Río de la Plata se encuentra conmocionado por el asesinato,  a patadas en la cabeza, de un joven atacado por los miembros de un equipo de fornidos  y «educados « jugadores de rugby.

Estos delincuentes no podrán escudar su incalificable cobardía tras el manido argumento  de haber tenido «una niñez miserable, llena de de privaciones». Los miserables desalmados,  lo son aún sin la miseria material.

Todo está filmado  y siguen apareciendo más vídeos del cruel ataque, grabados,  casi todos, por los mismos patoteros.

No entraré en pormenores truculentos que nada agregan al vil hecho consumado. Sería inútil. El joven Fernando Báez Sosa está muerto por vulgares asesinos. Punto.

Pero sí quiero dedicarles esta vez “Patoteros”,   letra que escribió en 1923 el gallego-uruguayo Víctor Soliño, nacido en Baiona la Real. El intérprete es el admirable cantor argentino Agustín Magaldi,»La voz sentimental de Buenos Aires»…

Soliño fue el creador, entre muchos otros,  de los famosos tangos Garufa, Niño bien y Mocosita, este último también grabado, sin permiso de su autor, por Gardel.  

En toda época y en todo  pago se cocinaron y comieron  habas, igual que ahora. Solo que hoy  los cocineros muestran sus recetas y platos por televisión y llegan, en directo,  a todas las pantallas inexistentes  hace un siglo.

Patotas, manadas y cocineros, como verás,  ya los había. Buscá en el pasado si querés comprender el presente y atisbar el futuro. Es tristemente innegable: los humanos seguimos siendo los camaleónicos miserables de siempre.

“PATOTEROS”

Víctor Soliño Seminario. (Baiona, 1897- Montevideo, 1983)

El barrio está en silencio, ya duerme el arrabal
En un balcón se mueren las flores de un rosal,
La luna desparrama su bella luz de plata
Que imprudente delata, un idilio de amor.


De pronto en la penumbra del negro callejón
Se ve llegar a un hombre silbando una canción,
En tanto la patota, que espera una ocasión
Se acerca al candidato con cínica intención.

¡Patoteros!. Mozos «ranas»,
«Barra» de «guapos» y «niños bien».
¡Patoteros!. Divertidos
Que ,de la farra, siguen el tren.


¡Patoteros!. Caraduras,
Nenes que viven para «cachar»,
Que uno por uno, no valen nada

Pero en patota saben guapear.  


El hombre es un obrero que vuelve del taller
Cansado de ganarse el pan para comer.
Cobarde, la patota, de pronto lo rodea
Y un guapo lo golpea haciéndolo caer.


En tanto ellos festejan la hazaña criminal
El hombre se levanta sacando su puñal,
Y al verlo decidido, los «taitas de cartón»
Se esfuman en la sombra del viejo callejón.