MARYLIN MONROE
Por J. J. García Pena
Aquel invernal 4 de agosto de 1962 en Uruguay, el popular y engolado locutor de “Aquí está su disco” instaba a…
—- Que nuestros amables oyentes llamen para ser complacidos con los temas consagrados y con las últimas novedades discográficas llegadas, en exclusiva, a nuestra emisora.
Así, a golpe de telefónico pedido plebeyo, desfilaban, democrática y reiteradamente, Nat King Cole, Harry Belafonte, Los Plateros, Cortijo y su Combo y Los Cinco Latinos. Por alguna razón que desconozco, anunciaban todos los títulos en castellano. Hacía mucho que, día tras día, se oía al conductor purista reiterar, una y otra vez:
—- Y ahora, para todos nuestros amables oyentes, Petula Clark nos cantará “Oigo el silbato del tren” y luego “El niño duerme”.
Fue al término de esta última “pieza musical” que el locutor golpeó, sin preámbulos, “a nuestra amable audiencia” con la mala nueva:
Marilyn Monroe estaba muerta.
Recuerdo que no me impactó el cómo ni el por qué. Solo el hecho de que estuviese muerta.
Con la boca abierta y seca, eché mano de mi libreta de apuntes escolares. “Ella” me seguía sonriendo como ayer y antes de ayer, a todo color y con los ojos entornados de amor por mis doce años. No pude retomar la interrumpida rutina ese día de mi saliente infancia en que, por primera vez, mis tareas escolares quedaron a medio hacer.
Cada vez que evoco ese día nefasto suena, como telón de fondo, la dulce voz de Petula cantando El niño duerme. Años más tarde, ya en plena adolescencia y Creedence mediante, comprendí por qué ese tema, del que no entendía ni una sola palabra, me resultaba nostálgica melopea.
¡Con razón los Creedence Clearwater Revival lo titularon Campos de algodón! Era algo así como una canción de cuna con la cual su autor resumía la dura vida de sus ascendientes, esclavos en los campos algodoneros de Louisiana, EEUU.
Es que “Cotton fields”, en la versión de su autor suena a country, a pena, a injusticia, a oprobio, a…
Aunque convertido en El niño duerme por la voz y gracia de Pétula Clark, fue y será, para mí, el sudario de Marilyn, aquella niña maltratada y posteriormente encerrada (para explotar el morboso mito mercantil) en un divino cuerpo de mujer.
Diecisiete años más tarde (1979) le hice un epitafio tardío, con cadencia y sonsonete casi infantil, un arrorró auténtico y sin glamur alguno. Solo nació para denunciar la soledad que -tarde o temprano- acompaña a la fama.
Pero gracias a Andy Warhol Marylin sigue viva. Su icónico retrato de la Monroe se vendió por 195 millones de dólares en una subasta de Christie’s, en Nueva York, hace unos días. Pétula Clark ya no canta, pero los Credence siguen sonando en los cines gracias a aquella película, “Cotton fields”.