galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

MIRANDO ATRÁS SIN IRA

 En recuerdo de J.M. Vidal Souto

José Manuel Vidal Souto

Los maestros y profesores que enseñaron a quienes empezaron a ir a la escuela en los años cincuenta y sesenta van desapareciendo y crece la amnesia de cómo fue aquel tiempo escolar.

Por Manuel Menor Currás

Cumplir años permite mirar el pasado sin los agobios y desesperación con que haya podido vivirse. Alivia, además, constatar que lo que a uno le haya quedado en la memoria es relativo; otros pueden hablar de los mismos asuntos y personas del tiempo ido de modo muy distinto a como uno los recuerda. Avanzar en la edad es, pues, de gran interés, no solo para apreciar el valor de la vida, sino como oportunidad casi última de aprender lo limitado que es sentirse dueño de la verdad, y cogerle el aire al aprendizaje.

Optimizar pronto el logro de estos saberes tiene especial interés para cuantos entiendan saludable no incordiar a los más próximos con la agresividad del cascarrabias, ni con lo limitadas que puedan ser las supuestas novedades de los jóvenes. Cuando parece que lo cambian todo, advertir que no cambia nada es caer en la cuenta de que se han ido unos cuantos amigos, pero que hasta sus peleas políticas o la digitalización de los bancos siguen la rutina de ir a lo suyo, como siempre. Es craso error sentirse original enfadándose con quienes vienen detrás; la escritura cuneiforme ya tiene tablillas con quejas de este tipo; mejor dedicarse a incrementar la sabiduría como si fuera un músculo con potencial mejorable.

“Sevilla”, uno de los primeros cuadros de Vidal Souto

LA MEMORIA ESCOLAR

Para este menester son recomendables sencillas tablas de entrenamiento como esta que aquí se propone, referida a la infancia y adolescencia escolar. Está dividida en tres partes; la primera consiste en activar la memoria acumulando una cantidad significativa de experiencias de lo vivido en ese ámbito e irlas apuntando ordenadamente en un listado. Será más rica si se anotan los motivos de las situaciones: desidia, aburrimiento, enfado y, sobre todo, reacción frente a lo que indicaban que se debía hacer o no hacer, aprender de memoria, o ser disciplinado. Al lado, debiera anotarse si motivaron advertencia, castigo, minoración, o repetitiva copia crecida de un futuro imperfecto en primera persona del singular, que empezara por “no haré…”, “no hablaré…”, “obedeceré…” y similares.  En esta agenda negra aparecerán enseguida supuestos agravios que el recuerdo estimará desmán, despropósito o antipatía de los profesores o superiores que ejercitaron, por nuestro bien –como estudió la psicóloga Alice Miller- quienes estuvieron al cargo de aquellas aulas. Para completar el expediente, se pueden aportar fotografías, dibujos de los que se hacían a todas horas para distraerse y, por supuesto, enriquecedoras precisiones de los detalles: un bofetón especial, un grito personalizado, autoritarismo humillante que hubiera lacerado la autoestima, algún consejo impertinente o un razonamiento que, andando no mucho, ya se hubiera advertido como signo definitivo de ignorancia o mala uva.

Las situaciones que traiga a primer plano la primera parte de este ejercicio puede que, en algunos casos, añadan ilícitos de juzgado de guardia, por desidia y desatención de las instituciones responsables de aquellos centros. No es buen augurio lo que decía hace muy poco el CES (Consejo Económico y Social) en su informe preceptivo ante el Proyecto de Ley sobre violencia infantil “para proteger el derecho de los niños y niñas a la integridad física y moral”. El Dictamen 1/2019 enumeraba que, en 2017, habían sido víctimas de algún ilícito penal 38.433 personas menores de edad, una cifra sensiblemente mayor que la del año anterior, de la que 4.542 menores habían sido víctimas de delitos contra su libertad e indemnidad sexual; es más, el 47,6% de las casi diez mil víctimas contabilizadas en este terreno, eran menores de edad. Según este informe, el 7,3% de los casos detectados habían tenido lugar en centros escolares. En el recuerdo personal de esos años, cada cual sabrá si ha tenido conocimiento directo o presentido de lo que algún colega haya podido sufrir; en todo caso, es muy probable que la superposición de estas imágenes a la acumulación de las que el retrovisor haya convocado al recuerdo resulte especialmente dolorosa.

“Pez y Reloj”, de la última época del pintor ourensano.

LO QUE OTROS RECUERDAN    

La segunda parte de este ejercicio es crucial para delimitar la maleabilidad del propio recuerdo. Es aconsejable, en todo caso, realizarla bien, pues predispondrá a practicar la virtud de la humildad que, en aquella infancia, recomendaban mucho acompañada de obediencia silenciosa. Consiste en anotar lo que otros recuerdan, en otra lista paralela a lo recordado; implica ejercitar con imparcialidad dejar en suspenso la acumulación de los recuerdos propios para ver los que atesoran los demás acerca de los mismos docentes, episodios, referencias, dichos y motes. A la luz de lo que haya quedado prendido en sus sinapsis neuronales, se podrá disponer de un fiel contraste de lo limitada que es la memoria personal. Entiéndase que esta parte del entrenamiento es vital; no se trata de un viaje turístico a las fotografías de la infancia escolar, tan distintas de las de ahora, y confirmar si éramos mejores y más listos que los de otros cursos y centros educativos. Es más complicado, y requiere dotarse de alguna estrategia para llevar a cabo esta parte del ejercicio, pues siempre habrá quien no acepte el juego, invoque el respetuoso silencio y conmine a no revolver el pasado. Como del chantaje del silencio no se aprende nada, es muy recomendable, en todo caso, la posición del observador en actitud de atender, por ejemplo, a la historia de los Derechos del Niño en el transcurso de aquellos años.

Si se es puntilloso en reconsiderar cómo se practicaban, antes y después de que fueran proclamados por la Asamblea de las Naciones Unidas en 1959, se advertirán muchos ángulos desde los que recabar de los colegas de antaño sus recuerdos más sensibles. Por ejemplo, en cuanto a la modernidad del trato recibido, pueden salir a la luz múltiples aspectos cognitivos, afectivos, deportivos, musicales y hasta alimenticios, propicios para ver qué huellas alegan acerca de cómo -en el centro escolar de que se trate- aquel tratamiento educativo optimizaba el tiempo de aquella obligatoriedad para que fuera valioso en medio de tantos desajustes y limitaciones de época. Puede abrir la puerta, además, a los diversos escenarios y muchos atajos que los compañeros debieron transitar para acelerar el tiempo hacia algo más útil.

Epicentro de la creatividad de José Manuel.

EL SENTIDO DE LO ACONTECIDO

En cada escuela o colegio, instituto o centro de estudios, la variedad de asuntos, personas y situaciones que permitirán contrastar los propios recuerdos es inmensa; a escala micro, la etnografía y la historia escolar de cada espacio escolar muestran especímenes de profesores y maestros muy aptos para observar que, junto a los muy honorables por su honradez, los particulares ajustes de cada cual con su pasado construirán un rico muestrario para relativizar la firmeza de cada memoria. Si es constante, el observador paciente tiene ocasión de recopilar información sin molestar a sus colegas de antaño: los medios y los chats de las redes sociales se hacen eco frecuente de conmemoraciones, reuniones de antiguos alumnos y hasta de obituarios, ocasiones todas en que los más comunicadores exhiben sus recuerdos de manera oficiosa o espontánea, con formas dulcificadas o airadas, y siempre melancólicas.

Al contrastar la primera parte con esta otra estamos ya en la tercera sección de este ejercicio. Como en tantas otras ocasiones de la vida, la gama de respuestas que se obtengan puede ser insospechada, y es posible que predomine el decir sin decir tan galaico: por un lado xá ve e por outro qué quere que lle diga. Estos testimonios, junto a los de quienes tienen gran vocación para la equidistancia, tienen especial valor a la hora de deducir o sacar conclusiones.  El contraste de los recuerdos de los otros, por difícil que sea casarlos con los propios, puede dejar al ejercitante perfectamente capacitado para no entender nada, pero también muy dispuesto para algún aprendizaje importante. A Platón, las sombras de lo vivido le valieron para recurrir a la caverna para su teoría del conocimiento y, de paso, concluir que “la realidad” era eso tan frágil en que la mentira, más fuerte y casi siempre anterior a la verdad, se nos puede colar por todas partes; la usurpación introducida en algún momento sin razón, puede haberla vuelto razonable y -como advertía Pascal-, aparecer como auténtica si se oculta aquel comienzo; de conocerse su filogénesis, se acabaría la superchería. Si el ejercitante se apresta a dilucidarlo, comprenderá por qué el Tractatus de Witgenstein llama la atención sobre los límites del lenguaje: hay proposiciones que no tiene mucho sentido saber si son verdaderas o falsas.

Este recomendable ejercicio, si se cumplen bien las tres fases de su desarrollo, servirá para comprobar que, aunque unos y otros hayamos vivido una “realidad escolar”, supuestamente idéntica, somos capaces de sostener puntos de vista opuestos sobre las cosas y las personas con quienes hemos topado.

De añadido, probablemente concluyamos que todo es muy trivial y, por tanto, que lo único que merece la pena –como repetía Vidal Souto en aquellas veladas de Ferreiros (en Coles) o en Osebe (Leiro)- es que la propia vida tenga sentido. No es cuestión, pues, de ver quién tiene razón; como actitud moral, tratar de no engañar es lo relevante para la convivencia…