galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

MONARQUÍAS VERSUS PLEBEYEZ

Así que no hay cosa fuerte;

que a papas y emperadores  y prelados, 

así los trata la muerte

como a los pobres pastores de ganados.»

  (Jorge Manrique)

                                                                                                                                         

  ¡Cogía el teléfono él mismo, se hacía el desayuno y regaló a Isabel una lavadora!

La muerte siempre nos produce curiosidad morbosa, cuando no sobrecogimiento supersticioso ante lo ignoto. O ambos sentimientos simultáneamente. De ahí que no solemos hablar mal de los muertos, por más que lo hubiésemos hecho, a conciencia y a boca llena , en vida de cualquier truhán.

La muerte suele dulcificar, hipócritamente, los comentarios  -antes acerbos-  que hacíamos sobre la ruin condición de tal o cual personaje.En el pasado reciente no faltó quien se dijese doliente por el tétrico fin de la irredimible asesina de la inocente Asunta. Mi sincera maldición de antes seguirá en pie mientras la niña no resucite.

Hoy, por encima de pandemias pavorosas y descarrilamientos con decenas de muertos, ocupa destacado lugar, entre los titulares de todo el mundo, un único fallecimiento. ¿Ha sido esta, por ventura, la defunción de un científico destacado, de un ingeniero de monumentales obras, de un iletrado luchador social de manos callosas e ideas humanitarias, de una anónima enfermera, muerta de paludismo, de pena o de ébola en una selva angoleña?     

Nada de eso. El único galardón del ilustre difunto, Very Special de turno, es haber oficiado de «panalístico» Príncipe Consorte de una (Abeja) Reina durante los últimos 73 años de su vida.

Las alabanzas a este humano íntimamente inserto en la clase AAAA (Augusta y Altísima Alteza Artificial). (¡Ah! ¿Que no sabías que los habemos de distintas clases? Vale), finado a punto de cumplir cien años de vida regalada, se titulan  y repercuten en todos los diarios del mundo desviando la atención , por una luctuosa jornada, de la fúnebre marcha  de la mayor tragedia universal en lo que va de este siglo y de gran parte del anterior.

Eso de pertenecer a la Royal Family  -lo creas o no- es suficiente para convertir en Muy Especial a cualquiera de sus miembros ante  nuestros hipnotizados ojos. No hay más que hojear u ojear en la prensa seria y en la de color rosa -y hasta en las demócratas consolidadas para constatar el extraño atractivo que, sobre numerosa parte de la Humanidad, sigue ejerciendo una de las instituciones más rancias de la Historia. Las otras, sus similares y complementarias, tienen casa matriz en el planeta, pero sus Reinos Prometidos fuera de él.  

Unos verdaderos pioneros, es justo reconocérselo. Pronto su genialidad precursora será emulada por las ATEU. (Agencias de Turismo Espacial Unidas). ¿Qué mantiene saludables, unidas y vigentes a tan arcaicas empresas, en un mundo sin duda más informado y (aparentemente) más ilustrado que antaño? ¿Devoción, curiosidad, admiración, ignorancia, interés político, culto a la frivolidad, temor supersticioso, envidia? 

Quizás todo ello junto, o parte.

¿Vemos, acaso, en esas Altezas Artificiales, la anhelada encarnación de dioses y semidioses nunca vistos, pero deseados? ¿Los ensalzamos y fabricamos a nuestra imagen y semejanza para tenerlos  a mano, en precaria representación de aquellos que hemos  aprendido  a temer y a esperar desde Altamira y Atapuerca?

Es posible.

¿Qué extraño influjo nos ata a reverenciar  y alimentar  -ahora con ricas ofrendas estatales-  como si fuésemos aborígenes de la edad de piedra, a seres idénticos a nosotros, simples mortales?

Tanto se nos parecen estos Seres Superiores, que comen, aman, se matan o se casan (generalmente entre sí), veranean, se accidentan, mienten, evaden al fisco, se enferman, envejecen y mueren de lo mismo que nosotros. Ningún otro animal del planeta se nos parece tanto.  Solo que estos Reales Regalones no trabajan y cuando mueren, pasan a peor vida.

Ya lo rimó el lloroso poeta:

«Así que no hay cosa fuerte,

que a papas y a emperadores y prelados,

así los trata la muerte

como a los pobres pastores de ganados»… 

Según nos lo descubre el desengañado y compungido Jorge ante el cadáver de su padre, «el maestre don Rodrigo Manrique, famoso y valiente».

Por tanto, a los clase AAAA solo los separa de nosotros su heredada y admirable habilidad para «vivir como reyes» -nunca mejor dicho- sin más mérito que el saber aprovecharse del embelesamiento que su figura anacrónica , por alguna sinrazón, nos produce.

 Se les suman, potenciando a esta caterva de vividores, los que nos prometen -si nos portamos «bien», claro- acceder a su Reino desde distintas organizaciones procelestiales  con intereses muy  terrenales.

Que la monarquía (todas las monarquías habidas y habientes), con su noble estirpe de zánganos herederos, sigue campando y haciendo uso y abuso de  sus intocables fueros, está la vista. No lo ve quien no quiere verlo. Ni lo deja ver quien no le conviene que se vea. Su mayor aliado es la ignorancia popular, abonada por sus propios miedos irracionales. 

Quizás la concepción político-monárquica sea y esté arraigada en nuestro imaginario colectivo más profundamente de lo que suponemos quienes la consideramos, con absoluta sinceridad, un lastre inexplicable, un mal innecesario en el mundo actual. 

¿Faltan pruebas de ello? 

Hasta en los países libres de monarquías y demás flagelos absolutistas desde su nacimiento, o tras sangrientas luchas revolucionarias, están enquistadas y abundan, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, y en todas las clases sociales, sin excepción, las referencias laudatorias a las «bondades y virtudes» de la admirable clase AAAA.

¿Cuántas empresas comerciales de todo el orbe recurren a voces republicanas para ensalzar, promover o categorizar su actividad o productos? No conozco ninguna que alardee de ser El Diputado de…, El Conserje de…, La Senadora de…, La Edila de…

¿Cuántas personas de nuestro conocimiento -incluidos nosotros mismos- echan mano de conceptos democráticos para expresar ternura, pasión, aprobación, amor, admiración, por sus seres queridos? Por el contrario y muy a nuestro pesar, abundan las referencias y connotaciones mayestáticas para designar la excelencia y dimensión de nuestros afectos: mi Reina, mi Rey, mi Tesoro, mi Princesita, mi Príncipe, mi Sultana, mi Faraona, mi Reina Mora, mi Diosa… Sonaría insólito -por falta de tradición social-,  reemplazar esa terminología regia  por términos más acordes con nuestro estilo de vida actual.

A ver, probemos dos o tres: 

—- Mi Senadorita… Mi dulce Edilita… Mi encantadora Diputadita… Mmmm…. 

Quizás no suenen tan mal si los repito , democráticamente,  durante los próximos cuarenta años. 

—- Es cuestión de hábito-, dijo el monje. 

—- Lástima que también es cuestión de tiempo-, dijo el mal encarado Caronte.

Si somos emprendedores, artistas, manufactureros o simples charlatanes, no dudaremos en auto proclamarnos y ofrecernos como El Palacio de…, La Corona de…, el Zar de…, la Catedral de…, el Rey de…, el Cetro de…, la Reina de…, el César de…, el Imperio de…, el Emperador de…, El Pope de…, el Príncipe de…, el Marqués de…, El Conde de…, la Emperatriz de…

(Títulos aplicables a un sinfín de variantes, desde fósforos, chocolatinas, oficios, salsas, ciudades, hamburguesas, papas fritas, cortes de pelo, salchichas, pizzas, hasta repuestos para automóviles, productos del mar y artilugios para surcar el aire y la  tierra) .  

No faltarán en el agua -no faltan las «Reina/Soberana/Majestad/Alteza/Señora/Queen/Princess of the Sea /del Mar» que bautizan, por igual, los cascos de proletarias embarcaciones de madera basta y de yates con casco fibra de carbono y kevlar de los  banqueros y  barones políticos; y cruceros de luxe de onassianos armadores navieros. Todos rinden culto -de una u otra forma- a la monarquía.

Hasta en un país probada y orgullosamente republicano desde su nacimiento  como Uruguay, tenemos , sin rubor democrático, nuestra murga  Reina de la Teja, nuestro ya fenecido bufo  Marqués de las Cabriolas, nuestra  Reina de la Torta Frita, nuestra  Reina de la Vendimia, nuestra Reina del Carnaval, con toda su corte de Vicerreinas en podio, y hasta un  Monarca en Trofeos.

Si somos físicamente agraciados, aunque más democráticos que Mandela, no dejaremos de intervenir en concursos tales como la Reina de…, el Príncipe de…, el Rey de…, la Faraona de…, el Sultán de … o la Princesa de… 

Raramente encontraremos un local de comida rápida que ose anunciarse, por ejemplo, con un plebeyo cartel de El Edil de los Churrascos. El Presidente del Buñuelo, El Bedel del Churro o  La Mano del Albañil.

Podemos comprobar, con solo mirar en rededor, -lo aceptemos o no- que en la conciencia colectiva subyace una inexplicable tendencia a la idolatría en sus múltiples facetas. Y la idolatría -toda idolatría, ya sea hacia objetos, animales o personas- no cabe en la racionalidad. Se acata bajando la testuz o se rechaza de plano, pero no se razona.