galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

PIONERAS, PIONEROS Y LIBERTADORES MODESTOS

La viruela fue uno de los más grandes flagelos de la humanidad. Se estima que 300 millones de personas murieron por esta causa en el siglo XX . La virulenta enfermedad mató a un tercio de los que infectó entonces y ha coexistido con seres humanos durante miles de años. Quienes se salvaban quedaban con profundas marcas en la tez.

Por J. J. García Pena

Aunque conocía, a grandes rasgos, el drama de la viruela que se detectó ya en los albores del XIX, nada sabía de la coruñesa Isabel Zendal (reconocida como la primera enfermera internacional por la OMS) ni de Juan Antonio, el galleguito de Friol embarcado, rumbo a América con otros muchos niños, en el puerto de A Coruña como parte de un intento de frenar el terrible virus.

A instancias de la presión bélica e ideológica que alternativamente sobre la corona española ejercían ora sus rivales, ora sus viejos aliados y siempre sus archienemigos, corrían para el decadente imperio tiempos muy revueltos, que culminarían con la pérdida de sus colonias.

Acuciado por la propagación de la viruela, Carlos IV hace despachar, sin pérdida de tiempo y según los limitados recursos y medios de la época, expediciones náuticas llevando la posible cura hacia todos los rincones de su enorme imperio.

Es en plena campaña geográfica y militar -aun confusamente libertadora- que el general José Artigas, (antiguo capitán del Cuerpo de Blandengues coloniales, convertido por imposición de las circunstancias, en  el mayor de los caudillos orientales alzados contra el poder de Javier de Elío , último virrey y , casi de inmediato, contra el centralismo bonaerense) que urge al Cabildo de Montevideo – marzo de 1816- que le sean enviados “vidrios” con las preciosas vacunas .

Artigas había sido nombrado, por La Liga Federal, jefe de los Orientales (llamados así los nacidos en esta banda del rio Uruguay) y Protector de los Pueblos Libres, enorme territorio que abarcaba varias provincias virreinales a ambos lados del río, rebeldes al egocéntrico poder centralizador de Buenos Aires.

Su cabeza pronto sería puesta a precio, acosado por enemigos de distinto signo.

Incluso por los portugo-brasileros, ante cuyo avance invasor (auspiciado bajo cuerda por el Directorio de Buenos Aires) sobre la díscola Banda Oriental y las traiciones internas, finalmente debió abandonar el terreno liberado y pedir asilo, a fin de reorganizar sus fuerzas, en el Paraguay del dictador Rodríguez de Francia (un 23 de septiembre de 1820).

Por tal razón, hasta ese momento había mantenido su cuartel general en el campamento llamado Purificación, en las inmediaciones de El Hervidero, elevado mirador sobre la orilla oriental del rio Uruguay, cuya ubicación estratégica le permitía el control comercial de sus márgenes y cauce, el contacto visual y la cercanía con las provincias aliadas del otro lado del río, a prudente y recelosa equidistancia de Buenos Aires y de Montevideo…

Artigas, a pesar de tan precaria situación, y cercado de enemigos visibles e invisibles, tuvo fuerza de convicción y de espíritu para velar por la salud de los pueblos federados; y así se lo hizo saber al Cabildo de la sitiada Montevideo:

Sería benéfica ciertamente la multiplicación de la vacuna tanto en nuestra Provincia como en el Entre Ríos, Corrientes y Misiones, donde especialmente hace fatales estragos. Con este socorro la Humanidad se conseguirá que no perezcan tantos como actualmente está sucediendo”.

Al tiempo, Artigas da cuenta de lo recibido:

Cinco vidrios de vacuna. Igualmente, por don Manuel Macho, los tres ejemplares que sirven de instrucciones para prepararla… Con este fin procuraré remitirla a las demás provincias (unidas) deseando eficazmente la extensión de este gran consuelo para la humanidad... Se ponga en todos los que no tengan viruela que es el mejor preservativo contra este contagio desolador”.

Cómo no admirar a un ser que, nombrado Protector de los Pueblos Libres y teniendo poder de sobra sobre bienes y personas, no solo compartía con sus soldados (tal como antes con su pueblo, protagonista de aquel Éxodo admirable de 1811) unas condiciones bélicas y de subsistencia y precariedad cuasi mendicantes, sino que se preocupaba de la salud popular, al tiempo que hacía partícipe de tales penurias económicas a su propia familia, a 500 km de distancia.

Leamos, -respetuosamente intrusivos- lo sustancial de una de las cartas dirigidas -desde Purificación,1815- a su tía-suegra, a cargo de Rafaela, (su esposa mentalmente impedida) y de José María, ya único hijo de ambos, triste superviviente a sus dos pequeñas hermanitas, a quien el desnudo libertador y protector de medio virreinato envía “un mono para José María” a modo de único regalo:

«Mi más venerada M.e. con el patrón Pedro Mundo le remito dos tercios de yerba ,el uno para Ud. y el otro para que se lo mande a mi padre cuando se presente la ocasión: también le mando para su gusto, un barril de grasa y otro para Juana Paula Monterroso ,dos saquitos de tabaco colorado y un petacín de sebo también para su gusto, y un mono para José María; es cuanto por ahora puedo mandarle…mis trabajos son muchos pero estoy conforme, yo así lo quise y al fin lo hago por mi patria, pues tengo un hijo y el disfrutará de mis trabajos y por lo mismo se lo encargo a Ud. mucho que según su aplicación puede ser hombre. De Rafaela sé que sigue lo mismo, como ha de ser cuando Dios manda los trabajos no viene uno solo lo ha dispuesto así, así me convendrá. Yo me consuelo con que esté a su lado, porque si Ud. me faltase serían mayores mis trabajos y así el señor le conserve a Ud. la salud. Dele Ud. expresiones a Rafaela, Jose María y a todos los de la casa y Ud. mande a éste su affso y seguro servidor que todo su bien desea”.

En un mundo en que la codicia y el latrocinio se han adueñado -más que nunca- de los puestos de mando en la mayoría de las naciones y de las transnacionales, estas frases mal escritas e inmejorablemente honradas hace dos siglos, cobran un valor capaz de avergonzar a algunos de los mandatarios menos rapaces.

 A los otros, (los corruptos altamente contaminados) ya no hay con qué avergonzarlos.