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PODEMOS, SUMAR Y LA REFORMA

Por Xosé Antonio Perozo

Me duele no haberme equivocado cuando, en los albores de la reforma política propuesta por Pablo Iglesias Turrión en 2014, anuncié la subida, fulgor y desengaño de las ambiciones de Podemos. Dije y reitero que los entonces emergentes –también me refería a Ciudadanos- convulsionarían el panorama político para desaparecer en una década absorbidos por el sistema. En aquel entonces, escuchando al flamante líder de la nueva izquierda no pude evitar los ecos de las teorías reformistas de Martín Lutero, el fraile agustino, en la Alemania del siglo XVI. ¡Que la Historia me perdone tamaña relación! Pablo Iglesias ni tiene ni tendrá la altura histórica de Martín Lutero, pero si reducimos el paralelismo a la política doméstica de nuestro tiempo, no es disparatado ver en Pablo un reformista con más ruido que nueces, como se percibió en el pasado al líder del protestantismo desde la Roma del Papa León X. Y, aunque los resultados son diametralmente diferentes, las doctrinas del teólogo contra el Vaticano y las peroratas del politólogo contra el bipartidismo imperfecto perseguían un mismo objetivo: poner un punto y aparte en la realidad de las conciencias para alcanzar el cielo.

Y ahí acontece una curiosa conexión. El alemán reforma asegurando que sólo la fe basta para alcanzar la salvación, lejos de las corrupciones de la organización católica. El madrileño triunfa proclamando la inutilidad de los partidos con el fin de purificar la embarrada vida pública. Lutero pretendió crear una congregación sin estructura, translúcida. Iglesias Turrión ofreció un paradójico mundo de círculos abiertos movidos por la fe en la izquierda pura. Un partido transparente. Ambos erraron. El monje tuvo un amado discípulo, Felipe Melenchthon, quien, tras la muerte del maestro, con otros seguidores articuló las estructuras eclesiales del luteranismo. De Podemos se desgajaron miembros importantes, pero quizás sea Íñigo Errejón el más avezado constructor de la nueva izquierda dinámica, configurada como partido tradicional.

Yendo más allá, Lutero muere sin gozar el triunfo de su obra. Iglesias fracasa desde la vicepresidencia segunda del Gobierno de coalición y en las urnas de la Comunidad de Madrid. Desaparece como el alemán tratando de permanecer espiritualmente y designa una sucesora, Yolanda Díaz. Quien, sin ella pretenderlo, se refleja en el Juan Calvino continuador con matices de Lutero. Esto es, el personaje sucesor se apoya en una organización. El francés se hizo con la fuerza eclesiástica de la ciudad de Ginebra, la ferrolana tiene tras de sí la solvencia histórica de Izquierda Unida. Ahí concluyen las aventuras de ambas reformas, la histórica y la presente.

¿Estamos ante la desaparición de Podemos en brazos de Sumar o como el protestantismo seguirá vivo? A la vista de los últimos acontecimientos, polémicas internas, personalismos desgarrados, vocerío intransigente, incapacidad para el diálogo político y otros bailes de salón, los días de la reforma de Pablo Iglesias, ante las elecciones autonómicas y municipales de mayo, viven la crónica de un suicidio anunciado. La única alternativa para permanecer latentes será integrarse en Sumar, dejando la soberbia colgada en la puerta de la sala de negociaciones. Si la reforma nació para cambiar la izquierda, he aquí su espejo. ¿Cóncavo, convexo, plano? Tanto da. No haberme equivocado me duele por esa juventud que creyó en ellos y hoy los contempla defraudada. Y lo que es peor: desconfían de la necesidad de la política y de los partidos como medios de convivencia democrática.

XOSÉ ANTONIO PEROZO