RECONSTRUCCIÓN, PERDÓN Y VOTOS PARA SALVAR A MAZÓN

Por Xosé A. Perozo
Pecar con la garantía de ser perdonados ayuda a dormir bien, decir disparates, ser incompetentes, malversar, robar, mentir e, incluso, triunfar. Esta es la regla que muchos conservadores aplican cotidianamente.
El juego del arrepentimiento y el perdón es uno de los inventos más hipócritas de los institucionalizados por algunas religiones. Con la creación de la confesión auricular y la práctica de las penitencias el cristianismo abundó en el ejercicio y estableció un elemento de control social extraordinario a partir del siglo quinto, más o menos. Durante más de mil quinientos años esa práctica ha formado parte de las reglas del juego moral, social y político, dominado por la idea de un Dios justiciero con la intermediación de los representantes del dogma en la Tierra. Una práctica medieval que aún condiciona la vida pública de nuestros días y permite a los políticos creyentes jugar sus partidas sin sonrojo. Pecar con la garantía de ser perdonados ayuda a dormir bien, decir disparates, ser incompetentes, malversar, robar, mentir e, incluso, triunfar.
Esta es la regla que muchos conservadores aplican cotidianamente en el ejercicio de sus errores políticos. Las faltas intencionadas o no, además de en el confesionario, han pasado a considerarse perdonadas por los votos. Alcanzar una mayoría absoluta significa estar en el camino recto aunque la incompetencia haya sido manifiesta y perjudicial para la sociedad que rigen. Perder los votos se queda, por tanto, en sublime penitencia. Esta semana hemos podido ver en el teatro de una comisión de investigación en las Cortes al exministro, de misa, confesión y condecoración a imágenes religiosas, Jorge Fernández Díaz negar la existencia de las famosas “operación Cataluña” y “policía patriótica”, creadas bajo su mandato en el Ministerio del Interior. Lo ha hecho con el énfasis de quien seguramente ya ha confesado el pecado, ha rezado las oraciones de penitente y ha pasado página cómo mandan los cánones. M. Rajoy caminó por los mismos vericuetos pero con más elegancia. Resultó inverosímil, escuchar que la existencia de más de doscientos agentes trabajando en semejante chapuza, de tintes totalitarios, no fuera conocida por el presidente y su ministro. Por tanto confesaron ser inapropiados para dirigir todo un país. Después de escucharles saqué la conclusión de que mentían con la certeza de haber sido perdonados y tener las conciencias limpias. Y lo que fue patético, pedirles confesar la verdad en público acabó convirtiéndose en una afrenta personal ridícula.
Y ahí entra en juego el apetitoso tente en pie de la mentira. Mi generación se vio obligada a mentir en los oscuros confesionarios de la adolescencia para escapar del rito obligatorio. No sé si los políticos mentirosos de todos los colores pertenecen a la escuela del confesionario pero la abundancia en el PP ya espanta. Hemos superado cuatro meses sumando los embustes de Carlos Mazón sin que tiemblen los cimientos de Génova 13 (edificio reformado con dinero negro y condonado con la caída del penitente Pablo Casado). A la incompetencia del presidente de la Generalitat valenciana Feijóo le ha otorgado la garantía política de “haber pedido perdón”. Y le ha puesto el plazo de los votos como propósito de enmienda si logra reconstruir el paisaje. Pero ni reconstrucción ni indulgencia librarán a Mazón de la sombra moral de más de doscientas muertes que quizás “pudieron evitarse”, según la jueza que instruye el caso. Además, el oficio de reparar los daños lleva aparejada la sospecha del manejo de inversiones millonarias. Una apetitosa opción para engrosar bolsillos, beneficiar amistades y comprar voluntades. Y, por supuesto, un intento a la desesperada para que las urnas no dicten la verdadera penitencia.
Xosé Antonio Perozo