RIAS BAIXAS, UN MAR PARA LA VIDA EN CALMA
Hemos de hacer algo, te decía ayer, para evitar esta locura colectiva que encuentra la disculpa del desamor para cometer el más brutal crimen machista, como el del otro día en Chapela, el barrio que une a Redondela con el gran Vigo. Emilio Fernández y esas bombonas de butano que hizo explotar para quitarse la vida y asesinar a Sesé, su mujer, me descolocaron por completo. Porque estas tragedias, decía Churruca, mi amigo, el marino de Cangas, nunca pasan junto al mar, sobre todo si está en calma. No sé lo que pudo ocurrir esta vez… pero hay que procurar que nunca jamás vuelva a suceder. Es que en Chapela el mar es ría y las rías son todas de vida.
La de Vigo, además, es atlántica y procura el horizonte mágico de Cíes, barrera de ese mar infinito que nos une a América. Venga, hemos de animarnos y desde el viejo barrio que fue un arrabal ascendamos juntos al mirador de Martín Còdax, el inventor de la poesía. Seguro que nos ayuda a comprender mejor el milagro de esta hermosa bahía, en la que todos los que habitan su hermoso litoral ahogan sus penas… para evitar siquiera los malos pensamientos.
¿Ves? Estas son las ribeiras del mar de los poetas, que ya las describió el Rey Sabio como “el paraíso donde ir a bañarse con la amada… en la dulzura de sus aguas”. Pero para que olvides incluso los desamores, te diré que esos espejos que tanto brillan ocultan tesoros nunca encontrados.
Desde aquí tu asombro se llenará siempre de ría. De ella no solo emergen islas protectoras también nacen a flor de agua las bateas próximas al puente de la modernidad. Si te fijas bien, frente a él surgen San Simón y San Antonio, que son dos islotes con jardines románticos unidos por un puente y con cierto halo misterioso. Es que, no es para menos, tienen un pasado de luces y sombras, que menos mal que lo hemos enterrado para dejar paso a la cultura.
Aquí, mis amigos, está la cuna de las vocaciones marineras que se notan no solo en la gamela, sino también en sus florecientes puertos, a una y a otra orilla. El mayor de ellos es el del Berbés, que yo suelo describir como una montaña de peces al amanecer. Es tan antiguo como Vigo y en el baúl de mis recuerdos guardo maravillosas postales de un Berbés playero, con olas que iban y venían, y barcas azules, rojas y verdes que salían de la arena a buscar la vida a remo.
Esta es la estirpe marinera que encantó a Hemingway, la que aún huele a salitre y es el origen de esta otra que trae pescado a Vigo desde los siete mares. El Berbés es toda una referencia mundial. Es un lugar de película y todos los días se produce en sus dársenas un gran estreno.
También aquí, en el corazón de las Rías Baixas, está ese otro puerto internacional, espacio de reposo para el gran barco crucero y para los viajeros del mar que encuentran sus paraísos en una playa próxima o en la contemplación de la tarde que convierte la ría en campo de regatas de veleros bien arbolados. Además la gran ciudad es hija de Neptuno y las villas crecieron nereidas en su entorno natural. Por eso Vigo se mira siempre en el espejo de su gran bahía… una de las mil razones que tiene el hombre para vivir y convivir en paz con la mujer amada.
Hay otras tres Rías Baixas, todas atlánticas, que ayudarán a tu cuerpo a conseguir la calma cuando la precises. Te bastará saber que por Pontevedra, Arousa o Muros-Noia, llegaron los navegantes de nuestra historia…
Los celtas del castro que aún habitan fantasmas…
Teucro, hijo de dioses…
El Patriarca Noé y el Apóstol Santiago…
Romanos procurando el fin de la tierra…
Fenicios y cartigeneses para comerciar…
Las hordas vikingas para invadirnos…
Los piratas malos de pata de palo…
El capitán Nemo y su Nautilus…
Las Rías Baixas… son una playa interminable frente a un mar en calma, que baña fantásticos territorios: montes de oro a los que encaramarse para disfrutarlas, lagos con nenúfares de plata, bateas sobre el paisaje vital, veleros bordeando las curiosas formas litorales… y las islas protectoras que emergen en sus horizontes.
Las Rías Baixas de Galicia son un mar de placeres para todos, incluso para los que navegan al compás del viento cuando el sol de la tarde convierte en fulgurante el paisaje que nos fascina.