TÁRSILA, LA MEIGA DE LA MONTAÑA

Su casa es de piedra, de una sola estancia y protegida por la única roca que sale a la superficie del Bosque da Moa, en la Sierra del Candán. Ambas buscan una mutua complicidad y se protegen entre sí, como si fueran una misma pieza.
Allí fui por primera vez en el mes de agosto de 1982 no sé bien si buscando protección para Radio Noroeste o picado por la curiosidad que en mí despertaban algunas prácticas tradicionales.
Entonces me regaló una vara de castaño, “la mejor medicina contra la envidia” y el cuerpo hueco de una vacaloura, “el mejor remedio contra el meigallo”. Los del pueblo eran sus asustadizos clientes, ni amigos ni enemigos; a mí me recordaron siempre aquello de “eu non creo nelas pero haber hainas”.
Lo cierto es que esta semana alguien vino a casa para contarme que a sus 100 años, Társila aún vivía “levantando la paleta” a la gente.
—- O sea, que es una especie de psiquiatra…
—- No, Társila es meiga y entre otras cosas “levanta la paleta”.
—- ¿Y eso que es?
Aquel día ella me lo contó con gracia montañesa, al mismo tiempo que abría las ventanas para que el viento circulara por la estancia y se llevara sus secretos….
—- No, no es un hueso ni tampoco tiene que ver con el cerebro. Es una cosa que tenemos en el estómago y cuando esa cosa está caída… mal va el asunto, ¿Sabes?
—- ¿Y tú notas que “la paleta está caída”?
—- Sí, porque el enfermo se queda sin fuerzas, se le va la vida….
—- ¿Y qué haces?
—- Pues lo estiro en el suelo con los brazos extendidos y si una mano queda más corta que otra, entonces, hay que “levantarle la paletilla”.
—- ¿Tiene cura?
—- Sí, pero si llegas a tiempo. Haces un ungüento en base a ruda, menta y aceite; al mismo tiempo le pones unas ventosas en la boca del estómago, de esas que se hacen con un vaso y unas “mariposas” encendidas. Entonces vas arrastrando el vaso y este “levanta la paletilla”.
Ya ves. Eso es levantar la paletilla, no lo que tú te creías cuando andabas bajo de moral.
A mí me fascina esta mujer con aspecto de mayor pero no vieja; nadie le pone encima los 100. Por eso he vuelto a verla para que me contara más cosas de las que hacen las meigas…
Társila tiene un gato negro, de los veteranos de esta selva en la que los eucaliptos de la modernidad rodean al bosque autóctono donde lo encontró…
—- Fue hace muchos años, una vez que se me hizo noche y me di cuenta de que yo veía a los espíritus… Sentí como si me hablara y lo traje conmigo.
Társila cree en la reencarnación y piensa que el gato, al que le puso Felipe en honor a su padre, es un antepasado suyo, ya que le proporciona muchas claves del más allá…
—- Entonces… ¿Dónde te encuentras a los espíritus? ¿Son gente conocida?
—- Si salgo de noche, los veo en todas partes. Unos son conocidos y otros no. No te puedo decir cuántos son porque varían. A veces, cuando muere uno de un pueblo cercano viene enseguida, pero otras veces tarda un tiempo en llegar. Salen cuando en las Iglesias tocan a oración y se juntan todos por aquí. Algunas veces forman la Santa Compaña.
Según Társila en el Mas Allá hay “almiñas, trasnos, pantasmas y feiticeiras…”
—- Las almiñas salen todas en grupo el Día de Difuntos. Yo les dejo comida…
—- Venga, Társila, no exageres…
—- ¡Que se la comen! ¡Ya te digo, con el hambre que tienen! Y hablando de los difuntos no te tomes las cosas a broma…
—- Bueno, pues los trasnos son muy bromistas… ¿No?
—- Algunas veces, si están de buen humor, tontean con las mujeres…
—- Pero… no me digas que…
—- Solo les tiran la tartera, le roban las patatas, cosas así…
Luego le insistí en la reencarnación y Társila tiene la teoría de que el niño, cuando está en el vientre de la madre, no tiene alma y que son los espíritus los que le ceden su alma al asomarse a la vida…
—- Cuando el niño sale del vientre de la madre llora porque es cuando cobra el espíritu del que está muriendo.
Cuando Társila me contaba estas cosas yo miraba a Felipe y el gato movía la cabeza asintiendo… Pero realmente sentí escalofríos fue cuando me contó lo de aquel aquelarre; el momento en el que “el Gran Cabrón” –o demo– le tiró un “peite de olliños”, cual si se tratase del famoso cuadro de Goya.
—- Yo salí corriendo mientras las demás corrían con él por el bosque tan tranquilas. Algunas eran del pueblo, no creas. Y al día siguiente me saludaron como si no hubiese pasado nada.
—- ¿Tú fumaste alguna vez un porro, Társila?
—- ¿El puerro? Lo tiene plantado el cura en su huerta.
—- No, no… Un pitillo de marihuana.
—- No, yo no fumo… No debía de fumar nadie, porque el tabaco pone los pulmones negros.
