UN MAR DE DUDAS
Por J. J. García Pena
Me pregunto, desconcertado, si es razonable que en un mundo que, por imperio del avance socio-evolutivo y tecnológico, se encamina hacia a un tal vez lejano pero inevitable monolingüismo, se pierdan tiempo y recursos en alentar e imponer el uso oficial de las lenguas menos difundidas, ¡cuando todos los políticos congregados dominan perfectamente y desde la cuna, una de las más ricas del planeta!
Es kafkiano, por decir lo menos. Es muy probable que yo esté equivocado, pero agradecería mucho que alguien con mayor criterio y conocimiento del tema me explicara los beneficios de incorporar, a las ya reñidas sesiones parlamentarias, otra fuente de choque tribal.
¿Acaso nadie prevé la innecesaria dificultad de comunicación que sin duda se suscitará en un diálogo entre vascos y mallorquines, por ejemplo? ¿Y mientras tanto, el resto que no entiende ni euskera ni mallorquín qué hace?
En medio de este panorama esperpéntico propongo una solución que ni a Salomón, alias El Retorcido, se le hubiese ocurrido: en vez de perder tiempo en enseñar fruslerías tales como, por ejemplo, el «inútil e imperialista» idioma inglés en las aulas ibéricas, obliguemos, constitucionalmente, a que en todo el territorio español se estudien y hablen (desde el nacimiento e incluso, si es posible, un poco antes), fluidamente sus cuatro lenguas oficiales. Así protegeremos la unidad, la grandeza y la libertad (¿nacional?) de la que siempre hemos hecho gala sin entender un cara…melo de qué estábamos hablando.
No reneguemos de nuestra dulce y minoritaria lengua materna, pero defendámosla dándole estatus de sentimiento personal, de entrecasa, no el de fría y necesaria herramienta tecnológica, tal como se impone (y más se impondrá) en todo encuentro científico actual y futuro.
Los idiomas son (deben ser) para entendernos y avanzar, no para aislarnos y zaherirnos mutuamente. Es la propia naturaleza y dinámica de la historia humana la que lleva a que unos se impongan a otros. Por algo se dejó de usar el habla del Lacio, idioma del imperio invasor que parecía no tener fin. Otro lo sustituyó y seguimos, tan campantes, adelante.
Lo que sí es opuesto al sentido común son estas discusiones bizantinas que, en medio de los tremendos desafíos de todo tipo en que estamos envueltos, deberían avergonzarnos y hacernos recapacitar. Somos tan necios que, si no reaccionamos a tiempo, terminaremos siendo el hazmerreír del mundo pensante. Si caemos en (o no salimos de) la candidez infantil de no querer entender que nuestra lengua tribal no es el ombligo del mundo, seguiremos discutiendo, tan indefinida como banalmente, cuál es la mejor.
Todas son » la mejor», de la misma manera que cada individuo humano cree que su madre es la mejor del planeta. Pero se trata de emplear no la más amada, sino la más útil, la más adecuada al período histórico que nos toca vivir y protagonizar. Bueno … quizás la tecnología venga en nuestra ayuda. La Inteligencia Artificial se viene perfilando como una novísima y asombrosa Piedra de Rosetta, como «la pócima anti-Babel».
Ya escucho en el Congreso a un parlamentario galaico recitando a Rosalía y ser, «ipso facto», entendido y amablemente retrucado por otro colega éuskaro, citando a don Unamuno con idéntico resultado.
Si ya se logró lo de Messi, todo lo demás es posible…