VIVIR PARA CONTAR
Por Alberto Barciela
Charles Lamb declaró en su autobiografía de una página que la acción más importante de su vida había sido atrapar una golondrina en pleno vuelo, y puso a su mano como testigo. Lo contó Augusto Monterroso (1921-2003), escritor guatemalteco, en su delicioso libro “Pájaros de Hispanoamérica”. El también autor de “La letra e. Fragmentos de un diario” o de “El Dinosaurio”, considerado el microrrelato más breve, fue uno de los maestros de la minificción, abordó temáticas atractivas, deslumbrantes y nos acercó a personajes únicos, con pinceladas leves y esplendorosas.
El tegucigalpense Tito Monterroso, evidenció que en realidad no disponemos de tiempo para recorrer una vida, para auto biografiar o novelar una historia humana completa, siquiera la propia. Cada uno ha de ocuparse pues de vivir el personaje que le corresponde, sin atender a las banalidades o pormenores de lo circunstancial ajeno…
“Vivir es común y corriente y monótono. Todos pensamos y sentimos lo mismo: sólo la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los malos”.
Hay quien dice que determinadas biografías serían insuperables si comenzasen con un “Fin”, al objeto de resumir y ahuyentar pretensiones desbordadas en mamotreto. Con demasiada frecuencia nos encontramos con bodrios sustentados en acariciadas palabras, precisas para amurallar la miseria autoadministrada por quienes pretenden trascender sin mérito.
Contar una vida vacía es muy difícil, requiere demasiadas excusas. Palabras utilizadas como biombos o, quizás, mejor aún, estiradas como un bandoneón escurridizo y blandengue. La historia no excusará la insignificancia de lo narrado, ni elevará a los altares intrascendentes anécdotas. Gritos sin eco. Pero nos harán perder valioso tiempo.
Digo lo que digo, como denuncia de la reiterada práctica de algunos personajillos acariciados apenas por la levedad de una relevancia televisiva, sin más corazón que el dinero, sin más cultura que unas tardes de chirriantes chismorreos de guion, insulsos, propios para analfabetos funcionales expectantes de problemas ajenos con los que justificar los propios fracasos. Carne de editoriales sin escrúpulos y ocupas de baldas que deberían estar dedicadas a las buenas letras.
Por curiosidad, hace unos días, ojeé uno de esos subproductos que osan llamar literatura barata. En minutos, levanté los ojos de aquellas tapas furiosas, de un verde trepidante, sin gusto. Dirigí la mirada auscultadora al ventanal, al fondo el mar parecía retirarse tanto como la vida de aquel pobre infeliz que se cree inagotable e infinito en su fama pasajera. La historia se veía avasallada por un devoto plagio de sí mismo. Era todo lo atesorado, un espejo involutivo, endogámico, falto de gracia. Su biografía de palabras amaestradas, quizás por un “negro”, se construye como un puzle de baratijas verbales, palabras como de pronunciación arrastrada, regustadas en su propia escritura, que buscaba la estética a cambio de una vida huera. No hay quien salve a esos profesionales de la lengua irreverente, ni en los libros, ni en las revistas, ni en las soporíferas tardes de televisión basura que, indirectamente, estercolan las librerías.
Volvamos a lo que importa. El cauto, breve e interesante Charles Lamb decía que “generalmente se lee para decir que se ha leído”. El autor de breve biografía ha sido descrito por E.V. Lucas, su biógrafo principal, como la figura más encantadora de la literatura inglesa. Augusto Monterroso nos significó la brevedad como un síntoma de inteligencia.
Otro genio literario como Tito, Adolfo Bioy Casares nos regaló una perla que seguro que hizo las delicias del ecuatoriano:
“Pancho Villa andaba siempre con un periodista americano que le escribía todo, discursos, declaraciones, etcétera. Llega el día en que recibe el balazo mortal; se vuelve hacia el periodista y le pregunta: “Amigo, ¿cuáles fueron mis últimas palabras?”
Sálvense de la mediocridad, aunque sea de “luxe”. A cambio, regalen buena literatura, un cuento popular o una conversación familiar, una frase breve. Permítanme una sugerencia: No se priven de vivir para tener algo que merezca la pena narrar. Monterroso, Lamb o Bioy son buenas sugerencias. Atrapen golondrinas y abran sus corazones para compartirlas y dejarlas volar. Habrán sostenido un instante eterno en sus manos.
Alberto Barciela