galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ZANJA HONDA

Por J.J. García Pena

Vano esfuerzo sería el intentar resumir en tan corto espacio el genio y las obras de don Francisco Piria, un uruguayo cuya compleja singularidad lo convirtió en un personaje incomparable, a caballo entre los siglos XIX y XX. Todo lo que de él se pueda ponderar, o simplemente narrar, ya fue profundamente investigado y publicado por excelentes escritores y escritoras orientales. Por tal motivo, recomiendo a los lectores interesados en ahondar en su brillante personalidad, consultar esa abundante bibliografía y material gráfico que testimonian los sucesos protagonizados por este polifacético personaje decimonónico.

Si bien la ciudad de Piriápolis es su obra más emblemática, no es desdeñable su faceta de escritor anticipativo, tal como se desprende, en 1898, de un libro de su autoría en el que se atreve a vaticinar cómo será el Uruguay de… ¡2098!  Fue la de Piria una vida apasionante y larga.

Enamorado de Piriápolis (que fue soñada como Heliópolis por un solo hombre y erigida por múltiples manos de acá y de acullá), me complazco en imaginar y compartir una fundación fabulada de la Esmeralda del Este.

Porque fabulosos, también, fueron el diseño y el engarce que de la joya hizo el alquimista entre el mar y la serranía.

LA FUNDACIÓN FABULADA DE PIRIÁPOLIS

Releyó lo recién escrito y, satisfecho, cerró el grueso grimorio. Absorto en sus anotaciones, al ilustre alquimista se le había escapado el tiempo y la Luna ya estaba muy alta. Debía apresurarse. Pronto llegarían los citados.

Astuto publicista y avezado rematador, los había convocado -los había invocado- murmurando conjuros o voceando, con estentóreo desenfado, desde una cartelería magistralmente pensada, en la confluencia del Atlántico y Río de la Plata, donde ambos colosos cotejan aguas en la esquina de Zanja Honda, cuyo breve cauce se prodiga en pirita rodada.

-Mano de obra local-incluso bonaerense- no ha de faltarme. ¡Y materia prima asegurada de por vida! -, se dijo, sopesando el potencial de los cerros circundantes.

El previsible faltante -ya lo tenía calculado- lo reclutaría allende el océano. Todo un pacífico ejército de ebanistas, maestros del buril y la gubia, viticultores, maestras, picapedreros, escultores y administradores del Viejo Mundo poblarían su personalísimo Mundo Nuevo, aún en ciernes.

Se frotó las manos. Marchaba sobre rieles (sin metáforas) la venta de solares “en cuotas irrisorias”, pagaderas «con solo dejar, usted, el pernicioso hábito de fumar»

Peones alambradores de ojos rasgados (¿nietos de la encerrona de Salsipuedes o protagonistas de las lanzas de Timoteo?) son los primeros en llegar a la cita.

Se detienen, súbitamente alucinados, en aquel ribazo de la costa.

Escudriñan, recelosos, la nunca imaginada «inmensidá» del mar en calma, espejeada de plenilunio.

Bajo la luz polarizada, un grupo de ágiles negros -sombras que se desprenden de las sombras del monte nativo- (¿choznos de pardos de Elío o biznietos de servidores de Marmarajá?)  se encaminan hacia sus futuros cofrades. Sombra y cobre se funden y amalgaman, acrisolados, en el centro del altozano bañado por luz cenital.

Se les suma un grupo numeroso y heterogéneo: los previstos reclutas provenientes, mayoritariamente, de la empobrecida Europa mediterránea.

¿Los ves? Emergen descalzos en el erial.

Las primeras huellas las estampan sus pies derechos; iniciando silente procesión por la húmeda esquina. Trepan las dunas mudos, desnudos, nervudos, empapados y sin más compañía que el ulular del ñacurutú y el chasquido producido por los sargazos adheridos a sus jóvenes cuerpos.

Sus pies izquierdos, que remolonean por la morriña, aún conservan restos de blancuzcas raíces, casi invisibles bajo las algas que los envuelven como una placenta hecha girones.

El alcor arenoso testifica la transfiguración de los convocados esa noche en una singular figura en que resultan irreconocibles las fisonomías, las etnias, los sexos, las pieles y las cantidades originales.

Sin embargo…- “al apoyar el oído en “el pie de las raíces” cualquiera puede escuchar aires populares de la tierra de sus ancestros: polkas, muiñeiras, rondas infantiles, sardanas, tarantelas y hasta el son del xilófono africano, o el triste idiófono del infeliz Tacuabé y los aflautados tangos de Villoldo y Saborido”.

¿Cualquiera? Patrañas; no hay tal.

Solo los amantes, los niños y los locos muy cuerdos, descifran los aires olvidados en las entrañas de la escultura de Zanja Honda.