galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL FANATISMO SE INCULCA

Por J.J. García Pena

Otra vez la sinrazón se cebó en la sangre  de inocentes de todo el mundo. Turistas y nativos.  Los criminales eligieron, como altar de sacrificios, las bellas y concurridas Ramblas de Barcelona. Sí, aquellas mismas  a las que García Lorca, temprano chivo expiatorio de otros fanatismos, les dedicó sus palabras de enamorado de la vida y el color…

—- La única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca…

Nuevamente la ignorancia y la falta de respeto por el pensamiento ajeno cobró víctimas de ambos bandos. Porque, a no engañarse, el terrorismo yihadista, a diferencia de otros  extremismos de muerte, se nutre de dos tipos de víctimas y lo fomenta un sórdido victimario.

A todos los extremismos criminales los hermana el fanatismo y su cobarde y loco afán por destruir, sin miramientos, todo lo que se oponga a sus propósitos. A todos ellos  nada les importa el dolor que puedan causar en su degradante concepción de la vida.  Al contrario, sabiéndose incapaces de convencer con razones, creen que sus ideales pueden imponerse a sangre y luto.

Pero los yihadistas auto inmolados, como kamikazes enceguecidos e infernales, suelen ser jovencitos reclutados por los titiriteros lavacerebros  que, tras bambalinas, mueven los hilos de la muerte ajena. No por casualidad los reclutan cada vez más jóvenes. La arcilla pura y las ramas tiernas son fáciles de moldear y torcer. Ellos también son víctimas de la ponzoña del mismo titiritero embozado.

Mientras no se le corte la cabeza a la serpiente, seguirá produciendo veneno e inoculándoselo a cuantos espíritus débiles, ingenuos  o extraviados, se pongan a su alcance.

España no es inmune a la atroz amenaza de los atentados suicidas. No hay nación que lo sea. Nadie está a salvo del odio fanático. Ni naciones ni continentes. Ni personas.

Aún teniendo amplia experiencia en combatir y desbaratar terroristas, se han de  adaptar las estrategias y defensas a las nuevas circunstancias, descubriendo, atacando y eliminando las alimañas en el nido en que se incuban. De no hacerlo con fuerza y prontitud, desbaratando a los cabecillas y arrasando sus cuevas, pronto añadirán a su arsenal de horrores nuevos instrumentos de muerte.   

A las sociedades civilizadas  no les queda más remedio que actuar como ya lo están haciendo: con rapidez, cooperación y contundencia. Eso en lo urgente e inmediato.

Pero, si quieren garantizar la vida en paz de sus ciudadanos, deben incorporar un nuevo elemento que, como el olivo recién plantado, no rinde dividendos hasta pasados los años: educación globalizada, no para una insoportable tolerancia, sino para la sincera aceptación de nuestros iguales. 

Poco entiendo de teología, libros sagrados e  imposiciones dogmáticas. Pero tengo ojos en la cara y orejas a ambos lados de un cerebro razonador, que no acepta tiranías ni fanatismos de ningún signo.

Todos traemos, incorporado de origen, el sentido común. Pero si no lo usamos se atrofia.

Creo que ha llegado la hora de que la humanidad, por primera vez en toda su desgraciada historia, se ponga de acuerdo -cuando menos-  en a qué dios rezarle ya que, por lo visto, cada uno de ellos, lejos de favorecernos,  parece escuchar a nuestro común enemigo: la ignorancia supersticiosa. Si, como nos dijeron, nos hizo «a su imagen y semejanza», no debe estar muy contento con nuestro desempeño…

Hoy le tocó a Cataluña, ayer a Madrid y anteayer a Nueva York. 

Mañana, estos fanáticos que oran, nos volverán a sorprender de muerte,  sin haber encontrado, aún, remedio a nuestras diferencias milenarias.