galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA LEYENDA DE DONIÑOS

Entre las colinas de Brión y Belón, en la parroquia ferrolana de Serantes, dícese que en tiempos muy antiguos había una pequeña ciudad llamada Doniños y que sus habitantes eran todos gentiles, esto es paganos o idólatras, a excepción de dos; un hombre y una mujer, que tenían su humilde casucha un poco apartada de las demás, en una de las alturas próximas.

Cuando el Apóstol Peregrino andaba por el mundo, llegó por allí cierto día y pidió alojamiento en donde le pareció que había más abundancia; también si querrían hacerle el favor de darle una taza de caldo.

Pero el dueño de la casa, llamándole vagabundo y pícaro despreciable, le respondió que procurase trabajar si quería comer; y que allí no tenía nada que hacer,  que era mejor que siguiese su camino.

Intentó el Apóstol Peregrino llamar a otras puertas y, poco más o menos, siempre le daban la misma respuesta, si no le trataban aún peor.

Resignado, prosiguió su camino hasta que llegó a la cabaña de los dos cristianos.

Le dijeron cariñosamente…

—- Pase, señor, pase que le daremos de nuestra pobreza como hermanos que somos.

Comió el Apóstol en compañía de aquella buena gente; después se acostó sobre unas pajas cerca el rescoldo del hogar y se durmió. También los dos esposos se fueron a su humilde lecho. Al día siguiente, cuando se levantaron, vieron que el peregrino se había ido. Entonces dijo el marido…

—- ¡Dios le guie! Tal vez haya marchado muy temprano y no quiso molestarnos más.

Poco después de esta escena, Román, el labrador, unció los bueyes al carro y se fue camino de la ciudad para vender una carga de leña.

Pero cuando ya iba a entrar por la primera calle adelante, camino del mercado, oyó gritos que pedían socorro, y reconociendo la voz de su mujer, miró hacia atrás y vio que dos soldados corrían tras ella, que huía despavorida.

Román dejó el carro y corrió para defender a su mujer, que, sin verle, torció el camino y subió hacia el monte, siempre perseguida por aquellos soldados. El hombre apresuró aún más su carrera y, cuando ya iba alcanzándolos, ellos, dándose cuenta de su llegada, huyeron por otra vereda a su vez.

Román siguió entonces para reunirse con su mujer, sin lograr alcanzarla hasta llegar a su casa, quedando admirado al ver a su esposa asomada a la ventana, alegre y sonriente.

—– ¿Que es lo que ha sucedido? –le preguntó.

No bien había dicho estas palabras, cuando oyeron un gran estruendo y el borbollar de las aguas como si el mar se volcara sobre la tierra. Los gritos de pavor estremecían.

Atemorizados, marido y mujer, desde la puerta de su casucha, vieron como la ciudad de Doniños se sumergía inundada por un coloso torrente que, sin saber cómo, había surgido entre los peñascos que la cercaban.

Por eso existe hoy la laguna de Doniños, junto al mar de Ferrol, el mismo que navegaron los ártabros…. Por un castigo del Cielo para aquellos gentiles que tan despiadados fueron con nuestro Apóstol Peregrino.