galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ASÍ NOS VE EL MUNDO

   

    Desde Argentina me llega un artículo del periodista porteño BERNARDO SAGASTUME, actual corresponsal de ABC en Las Palmas. El trabajo me consta que ha sido escrito en exclusiva para minuto.com pero, por la claridad del análisis y su importancia para la sociedad española en general, creo que debo reproducirlo a pesar de no haber podido contactar con el autor. Espero que no le importe su publicación en esta modesta revista digital.

LA CARA MÁS DURA DE LA CRISIS

Por Bernardo Sagastume

 

      «No somos eficientes. Ésa es la principal tarea pendiente de la empresa española», decía hace pocos días un altísimo ejecutivo en un almuerzo privado con un puñado de periodistas en Madrid.

      Ser eficientes es lo que han buscado estos últimos años las grandes empresas, con necesarios ajustes de personal apoyándose en las sucesivas reformas laborales acometidas por el ex presidente Zapatero, primero, y el actual,  Mariano Raoy, después.

      El caso de Iberia parece paradigmático, porque si bien el corazoncito patriota puede ver con malos ojos su fusión con British y la renuncia a controlar la línea de bandera, lo cierto es que buena parte de los problemas de la compañía están vinculados, más bien, a su falta de reconversión y a los altísimos sueldos que ha pagado tradicionalmente.

      Por eso ha comprado la «low cost» Vueling, que le permite aprovecharse de un convenio laboral mucho más acorde a su situación financiera y al estado actual del mercado de la aeronavegación.

      Sin ese margen de maniobra —y por dramática que sea la situación de Iberia— se encuentra la mayoría de las empresas en España, que han visto pasar estos años con la doble incógnita pendiendo sobre la cabeza de sus directivos: ¿Seguir despidiendo personal o cerrar definitivamente?

      Se entiende que los cambios en la legislación del trabajo apuntan, amén de la flexibilización del mercado de mano de obra,  a volver menos caudalosa la hemorragia de los miles de personas que pasan a engrosar cada mes las listas de desempleados.

      Pero los últimos números de la estadística oficial —que aquí goza de un amplio grado de fiabilidad— indican que hay casi seis millones de españoles sin trabajo, una cifra que a comienzos de la crisis parecía una ilusión pesadillesca, allá en la segunda mitad de 2007, cuando eran 1,7 millón.

     Traducido a los 47 millones de habitantes, se entiende que una de cada cuatro personas que quiere trabajar no lo consigue. Un 26 por ciento de desempleados que se agudiza en regiones como Andalucía y Canarias, que se han estancado por encima del 30 por ciento desde hace tiempo.

     Estas cifras aparecen, junto con escándalos de corrupción que salpican a todos los partidos —el PP que gobierna incluido—, como un balde de agua fría en momentos en que el Gobierno se había esforzado por vender a la opinión pública su gestión de la crisis.

     Por primera vez desde el año que lleva el presidente español Mariano Rajoy, podía advertirse en las últimas semanas algo más que la simple ejecución de medidas que afectan a la macroeconomía: el Ejecutivo español estaba consiguiendo ofrecer una actitud de mayor optimismo de cara al futuro, apoyándose en las buenas cifras de las exportaciones y en la mejora de la competitividad en algunos sectores.

     Pero promete ser este 2013 un largo año de dificultades si nos atenemos a la economía real. Por más que se consiga un leve repunte de la actividad y que se frene la caída del empleo, un estado de meseta en la curva que sigue la evolución del PBI español (que continúa siendo el triple por habitante que el argentino, cabe recordar) pondría a prueba la paciencia de la población y el humor de la calle.

     Imágenes como las que ilustran esta nota, tomadas en Santa Cruz de Tenerife a fin del año pasado, parecían impensables hace pocos años. Una villa miseria a cinco minutos del centro de la capital de provincia, un barrio de «chabolas» (ranchos) que se fue formando no con aspirantes a entrar en el circuito productivo, sino con aquellos rechazados por él.

    Allí viven tanto albañiles como ex empresarios, al lado de inmigrantes irregulares de la cercana África.

    Todavía dispone España de una efectiva red de servicios sociales que funcionan para la amplísima mayoría de la población, que confía en la sanidad pública. Pero si los números globales no mejoran, será difícil que se pueda mantener mucho tiempo más un sistema que era la envidia de países incluso más desarrollados.

 
BERNARDO SAGASTUME  

 

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