galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

MUXÍA, LA COSTA DE LA RESURRECCIÓN

     La vida no vale nada y la muerte es el gran misterio. A lo largo de esta costa se rinde culto a ambas. A la vida por corta y a la muerte… por si acaso.

    Frente a Muxía, en Camariñas, hay gente que baja la voz para no despertar a los monstruos que habitan en las cuevas del Cabo Vilano, en donde duermen mil doncellas encantadas…

    Este, el Vilano,  es el mejor ejemplo de vida y de muerte. La vida es el percebe que se aferra a la roca para que, quienes la amamos, lo disfrutemos. La muerte son las mil doncellas que representan los mil náufragos de esta costa del diablo.

    El diablo es “o demo”, el hombre de la barca negra que te tiende la mano si te caes al agua pero no para salvarte,  si no para llevarte al Averno.

    Es como la luz del Faro y la negra oscuridad “que conduce el barco a las piedras”.   La vida y la muerte.

    Todo esto sucede en Camariñas por eso los de Muxía suelen reírse en vida…  de la muerte.

           Muxía está en la Costa Viva, la de los paisajes siempre inéditos por la luz atlántica. Es villa marinera en la que merece la pena embarcarse con la gente de piel de salitre, héroes entre la marea humana que se enfrenta a las tragedias.

           Este mar que baña la villa y hace vivir su costa está lleno de tradiciones, canta historias poco conocidas y  pinta acuarelas de playa, más bellas, si cabe, en primavera.

           Esta costa viva está llena de riqueza en forma de roca gigante azotada por las olas, las que le cantan a la Virgen de la Barca, que tiene santuario frente al faro Vilano, al otro lado de la embocadura de una ría que es una verdadera hermosura.

          En primavera, esta es villa habitada,  mayormente, por mariñeiros, percebeiros y mariscadores. Mira al mar por tres de sus costados.  Porque en el mar está su vida y es su espejo.

          Merecerá la pena pasear el camino del puerto para enfrentar el paisaje de Camariñas, al otro lado.  Contemplar cómo se hacen a la mar los pequeños barcos del cerco y de bajura, que nos traerán abordo atardeceres de ensueño. Luego perderse por las calles de la villa para admirar las casas, que también son marineras. Y también encaramarse a lo alto del monte, donde el viento suspira, para obtener el plano cenital de Muxía.

         Aunque, hay mucho más que ver y que hacer, sin apenas salir del entorno urbano. Por ejemplo conocer su pasado escrito en Moraime, en los restos del antiguo monasterio del siglo VI, que aún conserva un interesante templo románico del siglo XII.

          En el monasterio de San Xiao de Moraime está el origen de Muxía, y al Santuario da Virxe da Barca debe que hasta aquí lleguen los peregrinos de Compostela, siguiendo una tradición xacobea que termina en Fisterra.

          Dicen que, a pesar de todo, lo mejor de Muxía es su gente, solidaria,  acostumbrada a la tragedia. La más reciente, la del Prestige, sirvió para que esta pequeña villa demostrase su capacidad de respuesta ante la adversidad. Hay otras gentes con historia propia que aquí vinieron un día y aquí se han quedado para siempre; como el pintor Tachiro Tosibama, que encontró su inspiración en el viento, en las olas y en el mar.

           Si te sientas en los bares próximos al paseo marítimo, sin preguntar nada, averiguarás que este es un pueblo distinto, retranqueiro, simpático, noble y divertido. Y si tienes la suerte de convivir con su gente, entonces conocerá mil historias que aquí se cuentan relacionadas con el mar.

          Además, esta vez te invito yo a disfrutar de una de las más ricas gastronomías marineras de la Costa da Morte, que así llaman a esta gallega Costa Viva. Y si no, acompáñanos en nuestro paseo por los acantilados entre Muxía y Cabo Touriñán.

        El Atlántico, entre Monte Louro y las Illas Sisargas, es el guerrero de la negra sombra, la que provoca las lágrimas que nos salen del alma. Por eso a esta costa le dicen de la Muerte.

         Y así le llaman porque el océano escribió su historia en el pánico de mil marinos, tripulantes de ciento cincuenta barcos, hundidos en titánica lucha contra las olas gigantes, provocadas por la tormenta imprevisible.

         Este mar blanquiazul de los acantilados, cuando se enfurece, es quien escribe el guión del gran debate, el de la vida y la muerte.

         Lo escribe casi siempre entre la Illa Centoleira, frente al Cabo Fisterra, y la Punta Roncudo, frente a Corme.

         Ambos lugares son símbolos mariñeiros de este litoral rocoso, la verdadera Costa da Morte, que así se reconoce porque han sido muchos los navegantes que se acostaron con la Parca en este lecho atlántico.

          Por eso, cruces de piedra se alzan al cielo en recuerdo de aquellos navíos y de aquellos hombres: Serpent, Adelaide, Bella Carmen, Ataín.  Cada nombre esconde una tragedia, un temporal y unas cuantas rocas de aguja que emergen del agua.

         Sin embargo, el puerto es un espacio de resurrección al final de la tarde, con la arribada de los barcos a Muxía. Y otra postal que derrota a las olas junto al faro Touriñán, donde muere la tarde.

         Entre el puerto y el cabo, el mar de Muxía escribe un bello relato sobre las rocas que contienen su furia y otro en el paisaje sereno de la playa de Nemiña y de las otras calas de esta costa de rostro limpio por el diario trabajo de las mareas.

        Al  otro lado de las olas saltando por encima de esculpidas rocas,  el espacio de ría se abre a la ternura del paisaje en calma, entre Muxía y Camariñas.

        Desde la embocadura, en la que se ve como el Cabo Vilano se enfrenta a las rocas de A Barca, y hasta el lugar que llaman Ponte do Porto, el mar va dejando de pronunciar sus palabras de sal para encontrarse con el río Grande.

        La fusión de las aguas da origen a los espacios perfectos que se alcanzan navegando y desde tierra.

         Si navegamos admiraremos como se posa en el mar la imagen tranquila de las dos villas, la de Muxía y la de enfrente, Camariñas, mientras el Faro Vilano se aleja de nosotros y el monte de O Corpiño se esconde.        

         A uno y a otro lado de la ría, hay momentos perfectos para disfrutar de la primavera, puesto que el sol aún no quema y nos sumimos en nuestra propia soledad.

        Los pinos junto a la playa, conservan su verde aguja en contraste con la arena blanca, perfecta en los lugares más sorprendentes.

        La Playa del Lago es la más emblemática de esta Ría y un lugar fulgurante por su luz especial. Pero hay más. Pasear por Aríño o Area es hoy como dejar atrás un verano de multitudes sobre estas arenas.

         La calma es la clave de estos paisajes. Caminando por la carretera de Muxía a la Ponte do Porto, la luz estalla hacia el sol iluminando el horizonte de agua.