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LISBOA, 30 AÑOS DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN

Por Alberto Barciela

En apariencia, lo único que vemos de la ciudad es lo que la ciudad nos muestra. Lisboa es traslúcida, se da toda en su generosa actitud para quien se predispone a admirarla, para los que abren sus brazos con el fin de abarcar un pequeño pleno universo cosmopolita, estructurado, bello, como emergido de un orden explícito, permitido por una catástrofe de la urbe supo rehacerse desde sus propias cenizas, de sus escombros, más coqueta y señorial, en un proceso evolutivo de orgullo justificado que se prolonga desde 1755.

 Lisboa semeja obra de “calceteiros”, esos artesanos de la filigrana en piedra, que es arte en el que cada pieza encaja en un puzle urbano sometido al diseño, a los avatares. El suelo se admira iluminado por la luz yodada del Tajo que se hace inmenso, Atlántico, un río que indicó todos los rumbos a los avezados marinos que se convirtieron en descubridores, en conquistadores, en propagadores de una fe y de un idioma hermoso. 

En Lisboa uno camina sobre un catálogo razonado de la obra de miles de autores anónimos. Calles, plazas, puerto, ribera, se combinan en una ordenada sucesión, observable desde sus dulces colinas con vestigios de ese pasado espléndido, crédulo pero creíble, de una monarquía que ha sabido crecer en república. Entonces el límite estaba en la audacia de una corte ambiciosa de horizontes, capaz de otear mundos, de hilvanar imperios, de otear los mares con sus islas, de doblar cabos y de nombrar África, Asia o América con bendiciones de un santoral de esperanzas, que alcanzó a pescadores de sardinas, a aventureros y comerciantes, a religiosos y a los propios monarcas. Todos dispuestos a descubrir una especie innata de nuevos aromas mundanos. Parte de lo global nació en Lisboa, ajustado a las demandas de cada tiempo, a los avances para una nación que fue mundo, el primero global consciente de la Historia, de un país que supo rehacerse desde la destrucción de un temblor terrenal, un tsunami y un incendio, devastadores, de un país en el que las armas florecieron para siempre, un 25 de abril de hace ya 50 años.

En la capital lusa, el aroma a salitre se mezcla con el dulce perfume de la pastelería tradicional, creando una sinfonía de olores que embriaga los sentidos de quien deambula por las estrechas callejuelas empedradas. Cada fachada cuenta con siglos de historias grabadas en sus paredes, con en el increíble Hotel Aurea Museum, o en sus azulejos que relatan cuentos de tiempos olvidados que se entrelazan con la modernidad y la vitalidad de una urbe deseable por los turistas que se quedan para siempre. Y el río va serpenteando con calma, testigo silente de la grandeza y la melancolía fadista que impregnan el alma de Lisboa.

Los tranvías zigzaguean por las pendientes pronunciadas, llevando consigo el bullicio de una ciudad que susurra sus secretos entre rincones escondidos y se eleva a sí misma hacia sus cielos de un azul de delicia. Cafés con solera acogen tertulias interminables donde se entremezclan las voces de lugareños y viajeros, creando una atmósfera acogedora y llena de calidez. En cada esquina, la saudade se hace palpable, esa nostalgia melancólica que envuelve el espíritu lisboeta y lo impulsa a abrazar la vida con pasión y autenticidad, honrando sus raíces y mirando hacia el futuro con determinación. Lisboa, una ciudad que invita a perderse en sus laberínticas calles, en sus maravillosos museos, como el Calouste Gulbenkian, el del Fado o el MUDE -Museo del Diseño-, en sus restaurantes de delicia, en su comercio con encanto, y a descubrir la magia que se esconde detrás de cada portón entreabierto, como el alma amable de sus ciudadanos acogedores. Un clavel y un sonrisa, hoy el pueblo evoca la revolución más hermosa, “O povo é quem mais ordena” “…na terra da fraternidade”, en la capital mundial de la amabilidad y la dulzura.

Lisboa es una urbe cosmopolita que se nos muestra como es: histórica, joven, animada, cultural, poética, encantadora, melancólica, musical, soleada, tradicional, auténtica, acogedora, por ello es capital deseada  y muy amada de “.. , o Reino Lusitano,…. onde a terra se acaba e o mar comença”, según Luís de Camões.

ALBERTO BARCIELA