galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ENFERMOS DE OQUEDAD

Cuenta un amigo de los Quer…

—– Valeria tenía 13 años y Diana 15, cuando sus padres se divorciaron. Aquello las traumatizó. Fue muy duro para las niñas ver cómo aquella vida tan feliz que llevaban se descomponía de un día para otro.   

padres-de-diana-quer

Cuánto tengo que agradecerle a mi gallega madre por haberme transmitido sus propios valores de mujer firme, de manos tiernas a veces y duras como madera de toxo si cuadraba.

Valores  que para nada se basaban en «colmar caprichos», sino en juzgar y valorar a los seres humanos (a mí mismo en primer lugar) de las cejas hacia arriba.

Me  repetía e ilustraba con su espartano ejemplo de viuda emigrante…

—–  Non che roubarán nin perderás o que teñas no maxín. Os petos sonche moi difíciles de coidar. Garda qué comer , pero non gardes qué facer. ¿Qué fás deitado aínda, larchán? !Non te enchas de dulces que pican os dentes, can larpeiro!

Gracias a ella, aprendí a valerme económicamente por mí mismo a partir de mis catorce años bajo su atento gobierno, sin abandonar el estudio nocturno.

Nunca tuve tiempo para la autocompasión, el suicidio, la bulimia ni la anorexia, males de cuya existencia me enteré cuando fui ya un avanzado adulto.

!Pobrecitas niñas ricas Valeria y Dianita!  Tan pobres, que solo colmaron caprichos.

!Doblemente pobrecita y olvidada mi lamentada Asunta! Con unos «padres» así, mejor le hubiera ido en su natal pobreza.  

—– Para candil semejante, mejor es vivir a oscuras… 

!Pobre sociedad sin alma, sociedad del compro, uso y tiro! 

De los quince minutos de sonriente fama y competente envidia en los vacíos mentideros  de Facebook o Twitter… 

Tanto se ha  enquistado en nosotros  esa manera novedosa de entender la vida, que terminamos desechando a las personas como a un insensible lavarropas que concluyó su programada vida útil y murió. O como reemplazamos, por el último modelo, aquel ansiado móvil que agotó su encanto antes que su funcionalidad.  

A propósito: no hay casa en que no haya un rincón para el utilísimo lavarropas. Y  buena cosa es.

Olvidados del cuento La escudilla de madera, pocos hogares van quedando en que se disponga de un amoroso curruncho para un anciano. Mala cosa será.

Huecos; estamos huecos. Enfermos de oquedad…

j-j