galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

GRACIAS, VIDAL, POR TU MÚSICA CALLADA

Por Manuel Menor Currás

José Manuel Vidal Souto, el pintor de Osebe (Leiro), nos deja una obra de gran personalidad, muy expresiva de muchas transiciones desde los años setenta. Carlos Vello me fue contando los últimos días de su íntimo amigo Vidal Souto en la UCI; lo hacía desesperado porque se iba sin despedirse, no podía hacer nada para impedirlo y perdía a un compañero del largo viaje en los aprendizajes de la pintura y en muchos otros del vivir. El pasado día 24 de marzo se producía el triste acontecimiento y el último número de Galicia Única me ha hecho llegar una calurosa semblanza de su paso por la creatividad artística. Por diversas razones, me siento obligado a sumarme al pesar de sus amigos, de Rosa y Marycarmen, sobre todo porque su trato enriqueció mi propia vida.

O VOLTER

De sus amigos pintores, los “artistiñas” del Volter (antes Bar Tucho y, en principio, Voltaire, por remembranza parisina) había oído hablar y había visto exposiciones más o menos esporádicas; en Madrid y en casa de algún amigo, pude ver alguna más de José Luis de Dios, de quien el rincón de la plaza del Eironciño dos Cabaleiros (Plaza del Cid) lucía un gran mural dedicado a los personajes de Vicente Risco en La puerta de paja, autor todavía poco conocido, como muestra Félix Castro Vicente en un interesante libro del año pasado.

El Volter ha desaparecido entre los “progresos” de la muy liberal piqueta en Ourense; Risco –el maestre de los inquietos tertulianos- ya lo hizo en 1963 y, de aquel núcleo de “artistiñas” -Acisclo, Quesada, Virxilio, Buciños, Alexandro y otros que rellenaban de invenciones aquel exiguo espacio, con barroco horror vacui- Vidal es de los más relevantes que allí iniciaron su andariego trabajo como pintor.

Lo traté sobre todo desde 1977 y 1979, en la Praza de San Marcial y, después, más esporádicamente en Osebe, al lado de Leiro; siempre quedó pendiente una reunión más larga y la incertidumbre de si lo encontraría, por sus estancias largas en Brasil y, durante algún tiempo, también en Portugal donde, por azar, coincidí con él y Rosiña en El Algarve en una ocasión.

DE BAHÍA A OSEBE

Otros más expertos hablarán de las sucesivas búsquedas de su pintura, de lo que quiso y logró decir con ella y del valor comparativo que pueda tener con las corrientes predominantes en sus descubrimientos y, en particular, con lo que puedan representar dentro de la familia de pintores gallegos. De ese quehacer me queda especialmente un cuadro de sus primeros años setenta que me acompaña siempre; su generosidad me lo hizo llegar entre conversaciones que él quería empezar con repasos al latín del Bachillerato –del que parecía tener añoranza cuando vivía en Ferreiros (Coles)- y que enseguida navegaban por territorios imprecisos de lo físico y lo metafísico, entretenidos en resquicios de disconformidad con casi todo.

Miraré siempre su pintura desde aquel diálogo desinhibido; especialmente esas figuras que dio en dibujar como si fueran gallegos medio brasileiros, con acordeón y mulatas cerca, bailando al son de una música callada que muchos nunca llegarán a oír. No dejó nunca de trasponer a esas escenas de apariencia festiva las inquietudes que siempre le rondaron de procesos anteriores: la poesía de la materia orgánica, la expresividad de la propia Naturaleza, el colorido contrastante de las cosas más cotidianas en la vida de los humildes, la dureza de los inquietantes asuntos sociales.

En sus últimos caminos, estuvieron siempre los primeros andares de principiante, con todos los matices de búsquedas incesantes para contar la incierta vida humana, un peregrinaje inquieto como el de sus sucesivas casasestudio. Cálidas siempre en el breve tiempo que las rehabilitó y habitó de manera intensa, rica y productiva, estas viviendas, abandonadas casi siempre, recobraban con su presencia sociabilidad en cada rincón, se abigarraban de coleccionismo –con predilección por la marinería y la geología-, libros, cuadros, bocetos, carpetas, manchas de color y pruebas de nuevas empresas investigadoras; allí se desparramaban todas las piezas de un sueño desprendido de sí mismo, como un puzzle nada superfluo del que solo él conocía la aguja de marear.

José Manuel seguramente murió por ensayar un nuevo expresionismo de los colores que más le atrajeron, constantemente anhelando que la materia misma, en su pobreza radical, fuera transmisora de su ascético entendimiento del entorno cambiante. Se pasó la cortedad de la vida en ese afán casi marginal para concertar intuiciones, experiencia de autodidacta, honradez consigo mismo, dedicación completa –monacal con frecuencia-, y gran sinceridad con quienes tenía cerca. Aprendió pronto a marcar distancias con todo el mundo para ser fiel a su ideario inquieto de pintor honesto consigo mismo y, aun cuando podía parecer hosco y esquivo, celoso de la intimidad que acabó construyendo en Osebe con lo mejor que pudo rescatar de su infancia urbana, nunca pudo dejar de ser tierno.

TOXOS E FRORES

Los desheredados de las cercanías de la Praza do Ferro –entre otros de los paisajes por donde peregrinó-, echarán de menos su desinteresada atención. Los más próximos a su quehacer pictórico no olvidarán fácilmente sus opiniones apasionadas, entreveradas de lecturas y socarronería, compaginables siempre con buen Ribeiro y humo de tabaco enredado en su bigote. Puede que haya quien se acuerde de sus destemplanzas en momentos de posicionarse sin convencionalismos, y es posible, incluso, que haya quien no se lo perdone por alimentar el cotilleo con que pretenda salir del aburrimiento.

Con Vidal se ha ido un lujo de expresividad bohemia, alegremente contestataria y optimista, esperanzada de que lo convencional desaparecería pronto y se mudaría en maneras de tratarse y tratar al entorno comprometidas, inteligentes y sabias. Creo que las xestas, piornos, toxos y frores de nuestros campos, y los sombreros de muchos labriegos que tanto disimuló en sus pinturas, le habrán recibido en el espacio donde perviven los recuerdos de quienes han vivido intensamente teniendo algo que decirnos a los demás. Que la tierra le sea leve.

Manuel Menor Currás